Eterno Retorno

Thursday, January 09, 2003



La Rambla paralela (un comentario)

La literatura hispanoamericana tenía vacante el trono del reino del nihilismo. Fernando Vallejo ha lle-gado para reclamarlo. Quizá el desamparo ontológico de sus autobiográficos personajes, solo tiene árbol genealógico en José Revueltas, aunque es huérfano en su exquisita capacidad de sarcasmo.
Biólogo, gramático y cineasta aficionado, Vallejo irrumpe de golpe y porrazo en el mapa de la literatura hispanoamericana en 1994 con un desgarrador cuchillo llamado La Virgen de los sicarios.
Sin haber cumplido aún su primer decenio, este libro bien puede ser considerado ya un clásico del humor negro.
Con su Virgen, Vallejo introdujo a los lectores a su universo de crudeza desfachatada. Entre doctos im-properios y blasfemas disertaciones, el gramático recorre todos los templos de Medellín acompañado de su querido Alexis, una suerte de inocente ángel exterminador que siembra la muerte a su paso.
El libro fue considerado como la más cruda descripción del Medellín en los tiempos del esplendor y caída de Pablo Escobar y algunos lo inscribieron en el índice de la narcoliteratura.
Pero en 2001, el colombiano recetó una obra demoledora llamada El desbarrancadero en donde más que narrador de un fenómeno social, Vallejo se yergue en burlón apóstata. En El desbarrancadero se olvida de lo anecdótico que aún arrastra La Virgen de los sicarios y le apuesta a una especie de cínico tratado de la transvalorización. A un lado del lecho de su hermano agonizante víctima del Sida, Vallejo es una sombra o acaso un muerto que se dedica a vomitar todo su odio contra la existencia humana.
El resultado es quizá el “non plus ultra” del nihilismo escrito en lengua de Cervantes.
La Rambla paralela sigue exactamente la misma línea, fiel a su caos narrativo y a la vocación de salpi-car cada párrafo de improperios, aunque la estructura es aún más distorsionada.
El narrador es el mismo fantasma. Un cadáver que en medio de un insomnio perpetuo pasea por La Rambla de Barcelona y bebe en el Café Ópera para diluirse de un momento a otro en un Río Cauca, atibo-rrado de muertos y gallinazos y volver después a su Jardín del Edén ubicado en la finca de Santa Anita allá cerca de Evingado. El cadáver en cuestión, es un viejo escritor colombiano invitado estelar a la Feria del Libro de Barcelona. Y si en El desbarrancadero Vallejo se permitió defecar sobre aquello que llaman valores familiares, ahora se dedica a hacer pedazos el mundo de la industria editorial y a mofarse de las ínfulas pretenciosas de escritores colombianos erguidos en maestros salvadores mientras su país se cae en pedazos. El humor negro vuelve a ser delicioso y el sarcasmo llega a arrancar carcajadas. Como en sus an-teriores trabajos, Vallejo dedica un buen porcentaje de su veneno a los políticos colombianos siendo de nuevo sus blancos favoritos César Gaviria y Ernesto Samper, aunque también se acuerda del mexicano López Portillo y reserva selectas pestes a las aeromozas de Air France.
Vaya, con decir que Vallejo llega al colmo de la burla de si mismo y se permite incurrir en el que bajo su opinión es el mayor pecado de un literato: la narración en tercera persona. Riendo de aquellos escritores que obran como todopoderosos dentro de los pensamientos de sus personajes, el viejo permite que sea por momentos un narrador quien lo describa a él.
Si bien Vallejo podría ser un hermano de Ciorán o acaso de Camus, la diferencia estriba en que en su incurable pesimismo jamás se deja de mofar. Vallejo considera a la existencia humana como el mayor in-sulto, a la procreación un crimen y enarbola la bandera de una eutanasia colectiva, pero no se toma en se-rio a sí mismo. Vaya, el suyo no es un fatalismo de cara larga ni una oscuridad rimbombante. Por el con-trario, lo mejor de su prosa es la gracia que tiene para hacer pedazos al mundo. Esa capacidad de despilfa-rrar en un párrafo sus dotes de gramático y destrozarlas al siguiente con un insulto administrado en el punto exacto. Esa capacidad de mantener un tono hasta poético en medio del caos alucinado de su relato. Es como si la representación de una Muerte mexicana estallara en risotadas mientras bebe aguardiente en una cantina gritando “la vida no vale nada”.
Para aquellos que hayan tenido la desgracia de caer en las infaustas y lucrativas garras de los libros de superación personal, Vallejo es sin duda el mejor antídoto para rehabilitarse.


Repta el odio en el asfalto ardiente y cada cuerpo a mi alrededor es el perfecto blanco una bala. Zumban en mis oídos mil voces infectas que creen tener algo que decir, colores chillantes que quieren ser vistos y al acecho infinitos rostros, de sed y lujuria, de fracaso y dolor, en busca de arrojar un machete que cercene de una vez el tiempo y vacíe de sangre las entrañas. DSB


ODIANDO A DIOS EN TIJUANA
CAPÍTULO I
Acecho. En esta ciudad están todos agazapados, aguardando a la presa con los músculos tensos, hirvientes, los dientes ocultos, listos para dar el salto y rebanar de un tajo la yugular. Ciudad jauría, de licaones rabiosos que muerden al aire, de aullidos y risotadas, de asfalto bañado en saliva ácida. Paraje de carroñeros metamorfeando en carroña, de larvas que se devoran a sí mismas. Esta es la tierra prometida.

¿Cómo imaginaste la ciudad? Sí, sabías que aquí también se muere de hambre y que el asco puede estrujar las entrañas hasta hacerlas vomito, pero no te imaginabas lo que significa vivir con el ruido como un taladro en tu cabeza y el olor a mierda que se impregna en los poros. Sí, ya llegaron, esta es la ciudad a donde vienes para hacerte rico y no acabar como tus hermanos, con un plomazo en el estómago apestando en las cañadas. Lo primero que ves son los cerros como polvorones y el amontonar de casas sobre llantas y chatarra. También te sorprenden las calles atestadas y los trailers que parecen inmóviles. Adentro del camión todos duermen sudorosos y polvorientos, apoyado el rostro en el cristal sucio, respirando con la boca abierta el aire de su nueva morada. Nadie parece tener ganas de verla, “mejor que nos despierten cuando ya estemos ahí en el hotel, para que unas chelas nos borren las 67 horas de viaje y durmamos antes de empezar con el jale”. Pero la sinfonía del calxon en caos mayor se encarga de arrancarles la modorra y enseñarles la piel de su tierra prometida.
“Bajan, hasta aquí llegamos”, grita el chofer cuando se estaciona al píe del cerro que no puede subir. “Ahí nomás le dan para arriba, es allá donde se mira la chatarra” y lo que se mira es una cuesta empinada y lodosa. ¿Dónde está el hotel? Aquí, aquí es donde les dijimos, el Mariano, lamina, cartón, piedra y zacate quemado, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros. Prometieron hospedaje y comida gratuitos durante un mes y sí, ahí hay un techo de lamina y muros hechizos de blocks amontonados, adentro hay unas cobijas viejas y unas latas de atún empolvadas. ¿Aquí es? Sí, ¿pues donde creían que era el cinco estrellas? Aquí se duermen los que están muy cansados y se acuestan pensando que a lo mejor ya no despiertan. Pero...no hay peros, no hay pedos, ya llegamos, antes digan que llegamos, aquí vienen mañana a buscarlos. Se siente que el piso es de tierra y aquí no hay nada más que cobijas, rasgadas, empolvadas, llenas de cadillos y a ver como nos acomodamos setenta aquí adentro.
Y como quiera se amontonan y les gana el sueño, algunos ya roncan y sí, también tienen sueños y tu te preguntas si así es como viven los que ganan cuatro mil semanales, donde está la tele y la grabadora, donde el refrigerador y el comal y empiezas a imaginarte como vas a contarles en Trinidad a tus hermanas que fue tu primera noche acá, y te empiezas a quedar jetón, pensando que ya estas allá de vuelta, con los puros dólares, diciéndoles a los chamacos que está cabrón, que hay chingo de viejas, que a las dos semanitas te compraste tu nave gabacha y te la pasabas acá como rey, pero te cagas de pensar que les vas a tener que contar que el camión estaba jodido, que los asientos se caían de oxidados y que la primera noche se durmieron amontonados en la tierra. Sí, puedes decirles que estuvo machín, que los tenían acá en hotel con playa, pero no falta quien les diga y entonces te lo van a recetar en la cara, que de baboso te fuiste, que vas a estar más jodido y que allá nadie se acuerda de ti. Te alucinas a tu padrino, diciéndote que naciste pa burro, pa que te trajeran de pendejo en todas partes, que nunca vas a salir de jodido y pa que te gastas tus mil 500 bolas en ese viaje, mejor invítame la peda y ayúdale a tu mamacita. Te despiertas con sobresaltos, las manos te tiemblan, el pecho está frío. Vas afuera y sólo entonces te das cuenta de que el cerro es muy alto y la ciudad está allá, lejos, muy abajo, toda repleta de luces y encerrada en un corral de cerros como el que estás. Te quedan sorbos de tu aguardiente Viva Villa que compraste allá en Nayarit y te alucinas que ya pasaste al otro lado, tienes tus papeles y tu casa, y claro, también tienes tus viejas. Empiezas a parir tu alucinaje, tus castillos chaqueteros como aspirinas contra el pavor que tienes de que el arrepentimiento te agarre de las patas cuando en tu alma no quede duda alguna de que la cagaste, de que más te valía cualquier cosa en lugar de venir a dejar la vida en este cerro donde ni los gusanos que te coman te van a conocer y a recordar.

Monday, January 06, 2003

Carpe diem encapsulado

Extasis. Tres relatos de amor químico.
Irvine Welsh. Editorial Norton. Traducción: Editorial Anagrama

“La gente cambia, la música cambia, las drogas cambian”. Con esta frase en labios de Diane (la precoz Lolita que seduce a Mark Renton en Trainspotting) el escocés Irvine Welsh había anticipado lo que sería su nueva novela. En Acid House, Welsh bucea hasta el fondo del laberinto de la psicodelia. En Trainspotting se diluye en el singular universo del heroinómano y su facultad de colocar al síndrome de abstinencia, como la única cosa verdaderamente importante en la vida. Éxtasis, Tres relatos de amor químico, es la pieza de rompecabezas que completa la trilogía. El mundo de hoy dando vueltas en torno de unos cuantos miligramos de carpe diem sintético, relaciones improbables, destinos cruzados, marcados e inducidos por una deidad de laboratorio. Para subir o bajar, dormir o despertar, danzar eternamente o simplemente olvidar. XTC, Prozac, talidomida, da igual. Las existencias giran en torno a las pastillas y por las pastillas.
Sus críticos señalan que Welsh es el equivalente escrito a la música tecno, y la verdad es que después de leer Éxtasis uno acaba por darles la razón. Sus tres relatos de amor químico parecen un ágil baile literario que se va impregnando en el cuerpo por cada uno de los poros algo de lo que solo puede ser capaz un autor tan versátil como él, que de una página a otra brinca de melosa cursilería al más burdo slang, de la primera a la tercera persona, de lo cómico a lo bizarro. Aterrizado en términos rave, una técnica narrativa que conduce de lo hipnótico del trance a la adrenalina del hard core.
El poder hipnótico de este tecno-trance literario fluye con toda su intensidad cuando se lee el texto en inglés, pues gran parte del arsenal de Welsh radica en sus diestros juegos de palabras, sin embargo, la versión en español conserva mucho de ese néctar que funge como elemento activo de la narración. Además, cabe advertir que leer a Welsh puede ser una tarea complicada incluso para un angloparlante, pues el slang escocés no parece tener nada que ver con la lengua de Shakespeare. El valiente que hizo suya la imposible misión de traducir estas obras en teoría intraducibles, fue Federico Corriente de la Editorial Anagrama. Fiel a su vocación de traducir a todas las plumas malditas de la literatura anglosajona, este sello catalán ha publicado en español Trainspotting y Acid House con muy buenos resultados. Cabe agregar que ha sido Anagrama la encargada de traducir la obra completa de Charles Bukowski (su poeta maldito de cabecera), de Jack Kerouac y de más especímenes del Pandemonio underground anglo. La hazaña consistió en trasladar el dialecto de los bajos fondos de Glasgow y Edimburgo, al vocablo guarro de un típico gamberro de Vallecas y, si los lectores están familiarizados con el “folklore” de la madre patria, les resultará divertido imaginar en boca de hooligans británicos expresiones como follar, polvo, colocao, caballo, capullo, menda, polla, hostia y de más linduras del glosario de guarradas ibéricas.
Para concluir, resulta imposible, con el perdón de Cervantes, sustraerse al vicio de las odiosas comparaciones literarias para dimensionar el valor de la obra de Welsh. En la primera mitad del siglo XIX, en sus Confesiones de un Opiómano Inglés, Thomas de Quincey describió con elegante prosa el jardín de las delicias y el averno de sus sueños de opio. Pocos años más tarde, al otro lado del Canal de la Mancha, Charles Baudelaire en sus Paraísos Artificiales, elaboró una docta comparación entre el espíritu del consumidor de vino y el de hashish y plasmó como ninguno la bohemia de los bajos fondos parisinos. Al final de un milenio y al arranque de otro, Welsh se transforma en el poeta que fue capaz de tatuar en papel el alma de esa generación, discípula del profético No Future gritado por Johny Rotten en el verano- Apocalipsis del 77. Una generación que mostrando diferentes imágenes y danzando con otros ritmos, está hermanada en la búsqueda incesante del presente perdido.


Dado que me he dedicado a atiborrar el bloggeriano espacio con abortos literarios que recojo del basurero de los malditos heterónimos, tal vez valga la pena darle a este territorio un carácter menos impersonal y hablar un poco de esas cosas del tiempo muerto, el escape y el happening vil al que nos consagramos con tanta devoción.
Aunque he prometido rehabilitarme de mi vicio de comprador compulsivo de música y estoy dedicado a no adquirir un so-lo disco por lo menos en enero, tal vez valga enumerar los mejorcitos perforadores de tímpanos que se dedicaron a hacerle el año difícil a mis pobres vecinos.


Los mejores discos del año, o por lo menos los que recuerdo en este momento.

Arch Enemy ...Wages of sin....Demoledor. La voz de Angela Gossow le rompe la madre a muchos abortos guturales mas-culinos. Las letras son de esas que yo hubiera escrito. Pura oscuridad interior. Death sueco de la mejor calaña.

Rush---Vapor trails-----No hay palabras para definir la perfección. El mejor sonido rushiano de los años 70 al más puro es-tilo Working man o Fly by night, pero limpiecito y trabajado. Neil Peart le da a la bataca con un par de varitas mágicas.

Sistem of a Down----Toxicity---- Al llamado nu metal lo tomo con extremas reservas por la cochina manía de contaminar sus rolas con elementos raperos y electrónicos. Pero estos armenios se despacharon con la más chingona creación que he es-cuchado en un buen rato.

Dio...Killing the dragon—La voz y el talento del enano maldito del metal siguen intactos. Un buen y oscuro retorno sin ser extraordinario.

Therion---The secret of the runes----Después de escuchar este opus, me queda demasiado claro que el más allá existe. Hasta un amante de la música clásica se debe quitar el sombrero ante estos maestros escandinavos.