Eterno Retorno

Monday, November 03, 2003

Deliciosamente sobrio

Dicho y hecho- El fin de semana transcurrió sin que una sola gota de licor entrara a mi organismo. Ni siquiera un traguito de vino tinto para acompañar la suculenta lasaña que preparó Carol el sábado. Nada. El fin de semana del Día de Muertos transcurrió en total sobriedad y jamás entré en páni-co, ni me puse ansioso o irritable. Nada de crisis de delirium tremens o algo por el estilo. No se trata de eructar hipócritas aleluyas y decir que me he liberado de las garras del vicio.
Simplemente este fin de semana no bebí y me sentí muy bien. Así de fácil. Me gusta saber que puedo ser libre de cualquier cosa que me proponga. Me gusta saber que el alcohol no me tiene agarrado de los huevos. Tal vez el próximo fin se me antoje beber, tal vez no. No hago promesas a priori.
No se trata de cumplir una manda o de demostrarle algo a una persona o deidad. Se trata de sentirme bien y hoy me siento bien. Dormí deliciosamente, sin interrupciones y sin la sed infernal que me caracteriza y por primera vez en mucho tiempo el lunes no es sinónimo de pesadez, cruda y desgano. Al contrario, traigo buena energía, buena vibra y mi estómago y cabeza están en aptas condiciones.
El vino ha sido responsable de muchas de las horas más placenteras de mi vida, pero también de la decadencia de mi cuerpo y es momento de hacer un alto. Se puede vivir en Carpe Diem sin ayudas externas. En esta ocasión la sobriedad me está sentando excelente y mientras me lleve bien con ella, la mantendré a mi lado.

Naturaleza invernal

Noviembre se refleja en cielos claros y vientos fríos, con eventuales ráfagas casi heladas. Las Islas Coronado lucen con insoportable claridad. Las aguas del Pacífico aparecen limpias y mi ánimo se levanta. Salvo por lo poco que dura el día, me gusta el Invierno y me gusta el frío. Mi cuerpo se adapta bien a las bajas temperaturas. El calor extremo es propio de culturas jodidas, de razas parasitarias. Los parásitos mueren con el frío. Los espíritus fuertes se inyectan de vigor. Me gusta el Invierno y aunque disfruté honestamente los meses de este Verano que pasó, yo soy un ser de naturaleza invernal.
El domingo nos lanzamos a la Playa. La claridad del día se te inyectaba en cada poro. Cerca de las 13:30 horas el cielo se nubló y empezó a caer una lluvia ligera aderezada con un viento helado. Hay nublados muy limpios, paisajes muy purificadores y el del domingo fue así. Pensar que hace siete días el Sol y el cielo eran rojos y el aire apestaba a devastación. Tomamos un poco de café en el Parale-lo 32, un rincón insoportablemente maextrozo pero con vista agradable. Después fuimos al sushi de Playas a comer unos rollos acompañados de una jarra de té. No beber es práctico. Antes las cuentas de restaurantes solían ser altas por las cinco cervezas promedio que tomaba por comida. Ahora fue increíblemente baja. No beber es práctico para el bolsillo.



El Obispo y yo

El viernes por la mañana me tocó compartir el desayuno con el señor Obispo de Tijuana Rafael Romo Muñoz. Resulta que el prelado entregaba una serie de reconocimientos a medios de comunicación por su labor de apoyo a la campaña del diezmo. Y resulta que de todos los empleados que hay en este gran periódico, le tocó ir al desayuno al único ente jacobino, come- curas, anticlerical, pro-masónico, fanático del laicismo y los estados seculares, amigo del aborto y la eutanasia, hereje consumado y blasfemo por compulsión.
Pero soy un ser tan en extremo profesional y tolerante, que soy capaz de permanecer en silencio durante el desayuno, emitir sonrisas amables y recibir la placa de manos del Obispo con previo abrazo de por medio, sin emitir ni un solo comentario negativo, sin cuestionar la naturaleza tributaria y usurera del diezmo, sin atacar el enriquecimiento de la jerarquía católica. Educado, platiqué brevemente con el prelado y me retiré de ahí al concluir el evento. Claro, ello no significa que haya caído al extremo de persignarme o rezar. Ser educado no significa traicionarme. Eso sí, si alguien me trata de evangelizar o catequizar entonces sí que se topa con la blasfemia más rápida del oeste. Y es que yo estoy muy acostumbrado a convivir en ambientes católicos, (de hecho provengo de una familia ca-tólica) y la puedo llevar muy bien cuando hay tolerancia de por medio. Si el Obispo me hubiera pre-guntado: - Hijo mío, ¿porqué no rezas?- Yo le hubiera contestado: -Porqué soy ateo, señor Romo y no puedo elevar plegarias a lo que no existe- Y llevemos la fiesta en paz. Eso se llama tolerancia. Yo no ando por el mundo escupiéndole a los curas y quemando iglesias, pero jamás he ocultado mis radicales principios anticristianos sólo por comodidad o amabilidad. Simplemente pido que no me traten de evangelizar. La tolerancia es posible. Yo he sostenido interesantísimas charlas con curas, casi siempre jesuitas, sin que existan ataques de por medio. Admiro a aquellos católicos que me respetan aún sabiendo que soy un enemigo de su iglesia. Por ello no me gusta la agresividad de ciertos sectores revolucionarios que pasan la vida escupiéndole al mundo su revolución. Por eso admiro a Voltaire, padre de la tolerancia. - Podré estar totalmente en contra de lo que piensas, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de expresarlo- Si quieres creer en un dios, allá tu. Se feliz en tu iglesia que nadie te arrojará al Circo Romano. Yo estoy muy contento sin dios, gozando de mi blasfema y hereje existencia y por fortuna nadie me enviará a la hoguera- Bueno...eso creo-

Conversación

Hablo con mi hermana Ana en el messanger. Me cuenta que ha ido a Ceuta, o sea que técnicamente ya ha pisado el continente africano. En este momento está en Extremadura pero se marcha a Barcelona y posteriormente a Irlanda para después retornar a Monterrey. Vaya rolecito que se ha aventado. Una excelente experiencia de medio año en el Viejo Continente, sin duda la mejor universidad que te puede ofrecer la vida. Un viaje de esos es el equivalente a una maestría. Si algún día Carol y yo tenemos un hijo, le motivaré a viajar de mochilazo cuando llegue a los 18 años. Si quieres hacer algo por un joven, motívalo a que viaje solo. Nada se compara a eso. Me deprimen los jóvenes que no sienten curiosidad por abandonar su lugar de origen y prefieren estar abonados en casa de sus padres echando novio y pasando el rato con los amigos disfrutando de su condición parasitaria. No concibo que haya gente de mi edad que aún vive con sus padres (puedo dar muchos ejemplos de parásitos pe-ro no se trata de herir) y que nunca en su vida se ha largado, al menos por curiosidad, a ver como sopla el aire en la otra esquina. Por ello me da tanto gusto que mi hermana se haya ido, pues se que esto es mejor que cualquier cátedra universitaria. Ojalá que mis hermanos más pequeños sigan ese camino cuando lleguen a su mayoría de edad. A trancazos y sin dinero, pero toda mi adolescencia me las arreglé para rolar, desde aquel mítico 1988 en que acompañado de mi amigo el Jordi Ferrer nos fuimos desde Monterrey a Chiapas, aunque mi primer rol europeo fue hasta 1996. De hecho el fin de semana de Todos los Santos y Día de Muertos lo pasé en Madrid.
La cuestión es que la he cagado terriblemente, pues al pendejo de mí se me ocurrió encargarle a Ana que me consiga el disco de Saratoga, una excelente banda española de heavy metal y de pronto caí en le cuenta que cuando uno viaja de esa manera, 10 o 15 euros de un pinche cd pueden ser la diferencia entre dormir bajo techo o en la calle. Yo muchas veces estuve en el dilema de comprarme discos o acudir a partidos de futbol a cambio de sacrificar el dinero destinado al youth hostel esa noche. Casi siempre elegía dormir en la calle. Pero yo no quiero que Ana sacrifique nada por satisfacer mi incurable afición metalera, que a diferencia del alcohol, no conoce rehabilitación alguna.