Eterno Retorno

Thursday, October 23, 2003

Pasos de Gutenberg
La sonrisa de Maquiavelo
Maurizio Viroli

Fábula Tusquets Editores

Por Daniel Salinas

El término “maquiavélico” rebasó hace mucho tiempo las fronteras de la terminología de los politólogos para transformarse en una suerte de cliché popular.
Cualquiera que pretenda referirse a un actuar conspiratorio de tintes siniestros despojado de toda moral y remordimiento, no duda en usar el apellido del padre de la Ciencia Política moderna transformado hace mucho en adjetivo.
Y aunque cualquier persona medianamente culta ha leído o por lo menos tiene nociones de una obra como “El Príncipe”, la realidad es que muy pocos se han preocupado por saber quién era en realidad ese florentino llamado Nicolás Maquiavelo.
Nos hemos conformado con saber que es el autor de un texto político fundamental del Renacimiento que ha sido libro de cabecera para estadistas de la talla de Napoleón, Mussolini y Pinochet.
Hay en la historia nombres propios que arrastran la condena de inmortalizarse transformados en adjetivos. Nicolás Maquiavelo y el Marqués de Sade me parecen los ejemplos más característicos.
A Maquiavelo le tocó pasar a la historia como padrino intelectual de oscuros regimenes despóticos, cínicos y dictatoriales. Pero si bien sobran biografías de los gobernantes que han tomado su obra como receta para el ejercicio y conservación del poder, casi nadie se ha preocupado por saber quién era exactamente el autor de esas ideas.
El italiano Maurizio Viroli afrontó la arriesgada tarea de escribir una biografía que mostrara al autor de El Príncipe en su dimensión ideológica, política, humana e histórica.
El resultado es La sonrisa de Maquiavelo, tal vez el retrato más humano que se ha elaborado sobre la figura de este personaje.
Para introducirnos a la figura de Maquiavelo, Viroli nos expone un panorama general de la esplendorosa Florencia del Siglo XV, semillero de grandes sabios y artistas, pero al mismo tiempo ahogada en intrigas palaciegas, luchas de poder, conspiraciones entre familias nobles y amenazas de invasiones extranjeras.
Fue en este entorno en el que nació Nicolás Maquiavelo en 1469, en una tierra fragmentada por el poder de los Médicis en Florencia y los Borgia en Roma.
Desde un principio, Viroli da la impresión de identificarse con la personalidad de su biografiado y busca que el lector vaya sintiendo cierta simpatía hacia Maquiavelo.
El recurso de presentar fragmentos textuales de los diarios y apuntes de Maquiavelo, además de narrar algunos pasajes en tiempo presente en los que el autor cuestiona y reflexiona con ánimo de involucrar al lector, generan una pronta identificación con el personaje.
El Maquiavelo de Viroli no es un oscuro consejero de príncipes siniestros, sino un hombre sencillo, con conflictos sentimentales, ambiciones, miedos y desencantos.
Hay que aclarar que el retrato demasiado humano que nos ofrece Viroli no es en este caso un sinónimo de biografía novelada o novela histórica.
El autor se sujeta en todo momento al rigor historiográfico y expone los motivos que llevaron a Maquiavelo a ser el primero en divorciar a la política de su aristotélica vocación ética y llevarla al terreno de los oficios prácticos que requieren de trucos y mañas para ser desempeñados.
Viroli nos refleja a un hombre que trató de adaptarse en la medida de lo posible a sus circunstancias y busco métodos prácticos para lograr la estabilidad política de Florencia.
Cuando en 1513 Maquiavelo escribe “El Príncipe” o mejor dicho “Sobre los principados”, que es la traducción literal del título original de la obra “De Principipatibus”, lo que pretende es ofrecer su trabajo como una guía práctica de consejos para los nuevos príncipes, en este caso los Médicis.
Luego de diez años como secretario de Los Diez de la Libertad, una suerte de parlamento florentino, Maquiavelo se convierte en un frío analista de las calmas y tempestades que rigen el mundo de la política.
Su ensayo, dice Viroli, es el resultado de su experiencia personal como secretario, pero también de sus múltiples lecturas de clásicos griegos y romanos y de su análisis de la historia antigua.
“Mi finalidad es escribir algo que sea útil a quién lo entienda, por tanto he de dar consejos basados en la realidad, no en la imaginación”, justifica el propio Maquiavelo ante quienes lo acusaron de haber escrito una obra maligna inspirada por el diablo en persona, en la que un escritor impío enseña al príncipe a conquistar y conservar el poder por medio de la avaricia, la crueldad, el engaño y la simulación.
Pero el Maquiavelo de Viroli es ante todo un hombre triste cuya sonrisa tiene mucho más de desencanto que de cinismo, que jamás acumuló demasiado poder, padeció penurias económicas y cuya virtud fue el saber mirar el juego de la política con desparpajo, concepto muy alejado de la ética de Aristóteles y Cicerón, a los que por cierto Maquiavelo admiraba.
Aún así, Viroli jamás renuncia a presentarnos en todo momento a un hombre de familia que acude a la taberna a jugar con sus amigos y que tiene incluso aventuras amorosas.
Al final, la apuesta de Viroli es más que afortunada. Después de todo, las librerías están llenas de biografías de reyes, presidentes, militares y caudillos, pero pocos optan por indagar en la vida de los intelectuales.
La sonrisa de Maquiavelo no solo es una amena biografía que nos permite conocer a este pensador fundamental del que poco se sabe, sino una obra que motiva al análisis de una época que gestó la moderna interpretación de la política, en la que queramos o no, pueden más la sagacidad y la malicia que nos heredó El Príncipe, que la ética legada por Aristóteles.