Eterno Retorno

Thursday, October 30, 2003

Ni modo, ese chingado gusto mío por el satanismo provoca que me tope con libros llenos de adjetivos y juicios morales- Es difícil jugar con el Diablo. De la misma forma que hay muchos discos de black metal que caen en lo cursi de tan malvados, hay obras que lejos de pesadillas te pueden provocar una honesta sonrisa. Aquí está un ejemplo:

Pasos de Gutenberg
El Diablo tiene nombre
Francisco Asensi
Plaza y Janes

Por Daniel Salinas

Leer un libro es una apuesta y como tal implica un riesgo. Por más que se busque tener siempre en las manos esas obras que quedan tatuadas en el subconsciente y dan ganas de releer una y otra vez, la realidad es que el riesgo de equivocarse a la hora de elegir una lectura siempre es enorme.
Digamos que este margen de error es parte de lo que da sabor al caldo de los bibliófilos y lo que con-firma el valor de los buenos libros, ejemplares atípicos entre montañas de efímeras novedades editoriales.
A veces es imposible no sucumbir a la tentación de leer una obra que de entrada se antoja comercial. Digamos que siempre existe un inconsciente beneficio de la duda que nos hace pensar que acaso algún ejemplar de aparador de librería pueda albergar una gran sorpresa.
El escritor juarense Bernardo Jauregui habla del vicio de leer lo que llama libros culpables, esas lu-minarias a menudo best seller que de antemano se sabe, no proporcionaran nada más allá de un efí-mero entretenimiento, no representarán ningún desafío para el lector ni le exigirán el uso de la ima-ginación.
Eso fue lo que me sucedió con El Diablo tiene nombre, novela del teólogo español Francisco Asensi.
Vaya, no es que esperara encontrar una novela innovadora o una revelación literaria, pero sí creí que podía toparme con un planteamiento un poco más inteligente o por lo menos original.
Tal vez por el hecho de haber sido marcado de por vida por Goethe y su Fausto, tengo una innegable debilidad por la literatura que aborda el Mal como tema.
La oscuridad de por sí seduce y cuando uno se encuentra una novela cuyo autor es un hombre na-cido en 1936 con estudios de filosofía y teología, se imagina como mínimo encontrar un producto di-ferente.
Pero El Diablo tiene nombre se parece mucho a las historias más típicas y convencionales del cine hollywoodense durante el auge del satanismo como éxito de taquilla, allá por los años setenta.
La contraportada del libro, un espacio casi siempre mentiroso, promete al lector que El Diablo tiene nombre poblará sus sueños de pesadillas.
La breve reseña hace parecer a la novela como una seria revelación de secretos vaticanos y se afirma que su autor se basó en un documento eclesiástico denominado Clavis Nigra que ha permanecido oculto durante siglos.
Pero la realidad es qué, sin menoscabo de sus evidentes conocimientos teológicos, Asensi aborda el tema con una inocencia que sorprende, pues cuesta trabajo creer que alguien pretenda realmente asustar al lector con clichés tan machacados sobre el satanismo.
¿Qué acaso no sabe Asensi que millones de personas en el Mundo han visto una película que se llama El Exorcista?
Entonces ¿Cuál es la razón de recurrir a la figura de la adolescente poseída por el Demonio que se en-frenta a un sacerdote que por momento duda de su fe?
¿No resulta un tanto pretencioso iniciar una novela con el suicidio de un exorcista papal en la Plaza de San Pedro el día del Jubileo del 2000 en medio de una tormenta apocalíptica?
En el aspecto novelístico Asensi falla, pues la novela no asusta ni sorprende. Atiborrada de adjetivos, lugares comunes y una óptica por momento moralizante, El Diablo tiene nombre difícilmente con-vencerá a un lector exigente.
Tampoco hay que culparlo; un colombiano llamado Mario Mendoza se ganó el año pasado el Premio Biblioteca Breve con una novela llamada simplemente Satanás, en la que también machaca, aunque con un poquito más de malicia literaria, la historia de una adolescente posesa (¿Qué acaso al Diablo sólo le interesan las jovencitas?)
Pero eso sí, hay que reconocerle a Asensi que sus múltiples lecturas en materia de teología le permi-ten aderezar la obra con interesantes disertaciones sobre la naturaleza del Mal y sus diferentes con-cepciones en la historia del cristianismo.
La historia está llena de términos en latín, de referencias a textos bíblicos apócrifos y de debates en torno a la figura del Demonio.
Digamos que aunque me considero agnóstico, me hubiera interesado mucho más leer a Asensi como autor de un ensayo sobre la concepción judeocristiana del Diablo, que en su fase de novelista, dónde no aporta nada nuevo.
Hace pocos meses, por ejemplo, leí un excelente ensayo llamado Con el Diablo en el cuerpo, de la filóloga Esther Cohen en dónde diserta sobre la delgada línea que separó a la brujería de las ciencias empíricas en el Renacimiento, mismo que se hubiera echado a perder por completo si la autora hubiera intentado novelarlo.
Tal vez Asensi debió apostar a la disertación ensayística en lugar de buscar malogrados elementos de ficción.
Pero la realidad es que el Diablo siempre vende, sobre todo si se le viste de artista de Hollywood y se-gún tengo entendido, la novela de Asensi ha tenido muchos compradores en España y puede que haya mucha gente que la considere una obra escalofriante llena de suspenso.
Y es que una novela de lectura fácil, sin exigencias para el lector, con sangre, oscuridad, alusiones eróticas y un poco de misterio, siempre se traducirá en ventas, aunque si he de ser sincero, El Diablo tiene nombre no me ha causado hasta ahora mi primera pesadilla.

Aquí va la resurrección de una reseña sobre otra novela satánica, publicada en Minarete en noviembre de 2002

Pasos de Gutemberg
Satanás de Mario Mendoza
Por Daniel Salinas Basave
Hay temas, figuras o cosas que parecen destinadas a no abandonar nunca la inspiración de los creadores en las distintas manifestaciones del ar-te. Satanás es el mejor ejemplo de ello.
Quiérase o no, Lucifer no pasa de moda. A lo largo de los siglos, literatos, pintores y músicos se han inspirado en su figura para crear en algunos casos obras inmortales y en otros, los más, prescindibles bodrios de mal logrado suspenso o peor aún, mojigatos sermones moralizantes.
La inmortalidad del Maligno en la literatura ha quedado asegurada en “La divina comedia” de Dante o en “Fausto” de Goethe, mientras que en las artes plásticas, Goya y El Bosco, por mencionar sólo los más célebres, se han encargado de perpetuar su imagen en el Museo del Prado.
A los fanáticos de la superchería apocalíptica, les da por decir que el siglo XX fue el siglo de Satán y bueno, la verdad es que tampoco andan tan errados. En la segunda mitad de la Centuria, principalmente en la década de los setenta, el “Chamuco” se subió a la palestra y se transformó en estrella del cine y también del rock, por cierto con muy buenos dividendos. “El exorcista” y “La profecía” le aseguraron un lugar de honor en Hollywood que, de una u otra forma, se han encargado de perpetuar un buen número plagios prescindibles.
Black Sabbath y sus millares de criaturas encabezadas por Mercyful Fate y Venom hicieron lo propio en la música. 30 años después, es fecha que el cine de terror así como el heavy y el black metal le siguen exprimiendo jugo al Ángel Caído, y aunque hay más de un crítico que se ha atrevido a decir que lo diabólico es un cliché anticuado, el señor Diablo demuestra una vez más que no ha pasado de moda y en el mundo de las letras se estrena en el siglo XXI con un premio literario, por cierto de lo más prestigiado como es el Biblioteca Breve.
El colombiano Mario Mendoza no se anduvo con rodeos ni metáforas a la hora de titular su obra ganadora. Le llamó simplemente Satanás, que en el antiguo idioma arameo quiere decir adversario.
Para quienes se imaginen que todo lo que huela a letras colombianas debe parecerse a Gabriel García Márquez o Álvaro Mutis, el ganador del Biblioteca Breve les demuestra cuan falsa es esa idea.
Mendoza, quien nació en Bogotá en 1964, se llevó el premio con una obra que si bien resucitó imágenes, escenas y clichés bastante gastados, es en general un texto muy bien logrado.
Vaya, el autor demuestra que es válido apostar por una creación nada original en su temática y ni siquiera en su estructura, pero que en términos literarios está bien hecha. Después de todo la novedad temática y estructural no es garantía de buena literatura de la misma forma que un tema repetitivo, no está peleado con la calidad, siempre y cuando se trabaje bien.
El colombiano apuesta por la socorrida fórmula de narrar tres historias aparentemente inconexas que al final resultan estar unidas por las cir-cunstancias. Basado en un suceso de la nota roja que sacudió a Bogotá hace unos años, el autor nos narra la historia de una joven, que por su-puesto es bella y se llama “simplemente” María, la de un pintor que se llama Andrés y la de un sacerdote que se llama Ernesto, a los que acaba uniéndose un veterano de guerra, que ciertamente (hay que seguir con los clichés), está traumado. Detrás de ellos está en todo momento la om-nipresencia de lo maligno, la oscuridad como un ente externo, invisible pero palpable que se va diluyendo poco a poco en las almas de sus per-sonajes.
Le podríamos cuestionar a Mendoza que en el caso de la historia del padre Ernesto la absoluta similitud con “El exorcista” no es mera coinciden-cia y ahí sí parece haber abusado de la falta de originalidad. La verdad no se puede pensar otra cosa cuando en la narración hay una linda ado-lescente, hija única, en cuya recámara hace un frío endemoniado. Una madre preocupada que llama a un sacerdote que atraviesa un periodo de confusión en su fe y que debe soportar horribles blasfemias pronunciadas por una legión de diablos que habla en boca de la niña. La única dife-rencia es que una historia ocurre en un vecindario victoriano de Georgetown y otra en el Barrio La Candelaria de Bogotá.
Pero dejando de lado la versión bogotana de “El exorcista”, que por lo demás está bien manejada, Mendoza demuestra ser un autor con oficio. Sin pretender revelar más detalles anecdóticos sobre una obra que vale la pena leer, el “Satanás” de Mendoza parece tener su secreto en la forma en que el autor bucea en la psicología de sus personajes, atrapados todos en oscuros dilemas existenciales. Al margen de los fenómenos sobrenaturales que tienen lugar en la historia, lo que mejor hace el colombiano, a mi juicio, es reflejar la contradictoria naturaleza del alma huma-na o esa angustiante bipolaridad de los sentimientos. La fe que se diluye en la sed carnal, el amor que se transforma en instinto asesino, la vo-luntad creadora que se torna en atracción por la muerte. Lo apolíneo y lo dionisiaco, diría Nietzsche. El Eros y el Thanatos, diría Freud. El elixir del mal contiene gotas sublimes, diría un poeta. Mendoza dibuja con habilidad ese claroscuro, aderezado con la salsa de un erotismo más rudo que sutil y una buena carga de violencia, otra fórmula que en manos de una pluma inteligente difícilmente falla.
Finalmente, Mendoza demostró que es posible apostarle a una figura medieval y reivindicarla con buena fortuna en el terreno de las letras hispa-nas. Tan viejo que es el Diablo y aún es capaz de seducir.

Satanás
Mario Mendoza
Seix Barral Premio Biblioteca Breve 2002