Eterno Retorno

Friday, October 24, 2003

Am I Demon?


La Parranda de la Santísima

La Santísima Muerte llegó a la cantina y pidió un mezcal Gusano Rojo. Se tomó el primer vasito sin dar siquiera una chupada al limón embarrado de sal y chile. Después pidió otro, lo vació de hidalgo y exigió el tercero, luego el cuarto, el quinto y el sexto. Los limones intactos. Ni siquiera tocó la botana. Después del sexto vasito, la Santísima tomó su guadaña y se puso a bailar sobre la mesa. No hubo necesidad de rockolla o mariachi. Ni siquiera un músico bajofondero que le hiciera segunda. La Santísima se puso a cantar a capela y su aguardientoza voz se diluyó en la oscuridad de la noche.
Ayer la Santísima Muerte agarró la parranda en Tijuana. Un parrandón de aquellos y aunque esta fiesta lleva muchos años sin bajar su intensidad, la borrachera de ayer sí fue para volver loco hasta el más canchero cazador de nota roja. Seis muertos hubo en Tijuana el jueves 23 de octubre de 2003, fecha en que me tocó hacer guardia en el periódico. Encajuelados, encobijados, levantados y para cerrar con broche de oro la fiesta de la Santísima, un policía ejecutado. La radiofrecuencia de la Municipal parecía una demente esquizofrénica gritando al vacío. Por si fuera poco tuve que ir a investigar el caso de un camión que presuntamente había sido secuestrado por un baje de droga.
A las 10:00 de la noche, cuando estaba parado frente a un cadáver encalzonado con visibles huellas de tortura en su piel fofa, con la cabeza envuelta en una bolsa de plástico negra, arrumbado a un lado de un oscuro camino vecinal en la vieja carretera a Tecate, recordé que la mañana de ese día de seis muertos la inicié desayunando cifras alegres con el procurador de Justicia Antonio Martínez Luna y remojando en un café con leche sus comentarios optimistas sobre la inseguridad en Baja California. Que paradoja; El señor Procurador vino puntualito a desayunar con el Consejo Editorial del Periódico. Sus palabras fueron de confianza, aliento, buenos pronósticos en el combate a la delincuencia. Pero en Tijuana la Santísima estaba otra vez de parranda. Seis muertitos nada más, y eso por no contar otro par de heridos de bala que aparecieron registrados en el parte de ayer. Quiero creer que el Procurador es un buen hombre y siento que está haciendo un mejor papel que sus antecesores, pero la realidad es que poco o nada podrá hacer para frenar la matazón. Cuando en Tijuana la tormenta de balas amaina por unos cuantos días no es consecuencia del trabajo de las corporaciones policía-cas. Sucede simplemente que las armas respiran y dejan de vomitar un momento su fuego redentor antes de continuar con la tormenta de plomo. Cuando la Santísima quiere agarrar la parranda como ayer, no hay poder policíaco ni humano que pueda detenerla. Con el de ayer son 10 policías muertos en la administración de Chuy. Puedo escribir desde este día las palabras que pronunciarán el alcalde y el secretario de Seguridad en el sepelio de mañana. Alto a la impunidad, todo el peso de la ley, justicia a las familias. Se dispararán salvas al aire, sepultarán al agente José Luis Torres Luna en una humilde tumba y dentro de dos meses su familia estará prácticamente pidiendo limosna, pues la administración municipal no es capaz de garantizar un futuro a los desamparados parientes de quién como Torres Luna sirvió once años a la corporación y murió baleado al intentar detener a unos secuestradores.
El aliento de la Santísima Muerte podía respirarse anoche en el aire. Era como si mi nariz percibiera el olor de la sangre que aún no se ha derramado, la que se derramará esta noche, este fin de semana la de estos seres que en este momento están bebiendo una cerveza y comiendo unos mariscos y que dentro de unos días estarán envueltos en una cobija arrumbados en un baldío. La sangre de los que en este preciso instante, tal vez a unos metros de aquí, están siendo torturados y martirizados a punta de batazos. Aquí, en esta misma atmósfera tijuanera que no se define entre la niebla perpetua y el viento de Santana, flotan los pensamientos y los sueños de la próxima víctima, del próximo iluso que no pagará a tiempo el gane de mota, del madrina ministerial indiscreto, del sicario que desparramará el cuerno de chivo, del reportero de guardia que tecleará una insignificante nota de cuatro párrafos donde se hablará de un hombre ejecutado envuelto en cobijas, encontrado en un terreno baldío, en cuyo cuerpo se apreciaban evidentes huellas de haber sido objeto de cruel tortura y cuya identidad no ha sido aún confirmada por la Policía Ministerial. Pan nuestro de cada día en la nueva Tijuana. Escribir la nota sobre un ejecutado es algo tan de trámite como escribir la nota del desayuno de un político- ( Por Daniel Salinas

El cadáver de un hombre fue encontrado ayer por la noche a un costado de la carretera Camino Viejo a Tecate en la colonia La Arboleda.
Vecinos del lugar reportaron el hallazgo a la central de la Policía Municipal minutos después de las 20:00 horas.
El hombre muerto estaba semidesnudo cubierto únicamente por un calzón y tenía la cabeza envuelta en una bolsa de plástico.
En el cuerpo de piel blanca podían apreciarse huellas de tortura y tenía pegados pedazos de cinta adhesiva en las piernas.
Vecinos del lugar señalaron que el cuerpo debió ser arrojado ahí necesariamente después de las 19:30.
Hasta el cierre de esta edición el personal de la Dirección de Periciales aún no identificaba el cuerpo.)

Esta nota se repetirá de manera casi íntegra varias veces durante la próxima semana. Cambiará el lugar y la hora. Lo demás será idéntico.
Sin haber sido nunca un reportero policíaco, me he acostumbrado demasiado a ver muertos.
Y la Muerte, la Santísima Muerte se transforma en algo que de tan cotidiano le agarras cariño, como a ese tío borrachón que se empeda en tu sala. La Santísima está ahí, omnipresente, mirando el ocaso desde su mecedora, jugando arrancones en la Vía Rápida, fumando mota bajo los puentes. Imagino a esta Muerte tijuanera como la Muerte del Luto Humano de José Revueltas, como la Muerte de El Desbarrancadero de Fernando Vallejo. La imagino llena de humor negro y cantando con voz de Chabela Vargas, palmeándote el hombro en medio de una cantina, tomando tu mano en una noche nublada. Muerte, Santísima Muerte, tan buena comadre, tan fiel consejera ¿Qué te da por agarrar tan seguido la parranda? Mira que ya hasta se me está antojando pedirte un trago de tu botella de mezcal.

La Casa de la Niebla

Carolina y yo vivimos en la mismísima Casa de la Niebla. Hacienda del Mar es el lugar dónde nace la neblina. Los amaneceres son fantasmagóricos, envueltos siempre en mantos impenetrables que apenas te permiten ver unos metros adelante. Que decir de las noches. Hoy en la madrugada, manejendo por la carretera libre a Rosarito, ni siquiera las luces altas podían irrumpir en ese muro de fantasmas que bajó a cubrirnos. Y ahí íbamos, a vuelta de rueda, sin ver nada al frente y a los lados, siguiendo tan solo la inercia del pavimento, mientras tarareaba en la mente Strange Highways de Dio. La madrugada apestaba a mar y a sal, mis ojos se cerraban de cansancio, mi cabeza estaba atiborrada de espectros. El Pacífico es un rumor, una deidad omnipresente que se oculta bajo la eterna estepa de nubes y no sabes si tras ese muro de gases se oculta un monstruo o un abismo o un inmaculado más allá dónde puedes hablarle de de tú a las bestias marinas que poblaron la cabeza de los antiguos marineros, esas mismas criaturas que susurran en mi oído en las noches de insomnio e inundan el cuarto con su aliento que huele a océanos ancestrales. Y cuando la caricia del sueño va desbaratando poco a poco los falsos castillos racionales, puedo sentir en mi rostro el vaho de labios de sirena y fauces de serpiente marina. Y todo este alucinaje se atiborra en las neuronas de un ser que habita junto al Pacífico Norte y cuya casa permanece oculta en un caparazón de niebla.