Eterno Retorno

Wednesday, June 11, 2003


Nuestro vampiro del día

Liougat (Vapiro albanés)

El vampiro albanés se nombra Liougat o a veces el Kukutha. El escritor J.G. Von Hahn en su obra Albanesische Studen en 1854, define a los Liougats como turcos muertos con grandes uñas, quienes estando envueltos en sus mortajas, devoran todo lo que encuentran y estrangulan a los hombres.
Hay un concepto entre grupos de gitanos eslavos explicando que los lobos eran una gran amenaza para el Liougat y constituían su más grande enemigo. Se decía que el lobo atacaba al Liougat y le arrancaba una pierna dejando al vampiro herido que regresaba a su tumba derrotado para siempre.


Nunca he logrado descifrar del todo el caos sinaloense del Mercado Ley, pero debo confesar que su sección de libros oculta tesoros a precios de ganga.
Hoy, por azares del destino, llegué a la sucursal de Pueblo Amigo y encontré ofertas sorprendentes. Salí de ahí con El volumen 2 de Viejos y nuevos amores de Juan García Ponce y La pesquisa de Juan José Saer, cada uno de ellos en 19 pesos. Completa la compra El Cementerio Marino, antología de Paul Valery en 14 pesos. Al final gasté 53 pesos. ¿Lo pueden creer?
Tal vez más tarde regresaré a adquirir por el mismo precio La mendiga de César Aira y La mano del amo de Tomás Eloy Martínez.
Cuando pienso que en la Feria del Libro me estafaban con 340 pesos por La tercera muerte de Dios y 270 por el Animal tropical de Pedro Juan Gutiérrez o el Ébano de Kapuscinzky o recuerdo los 195 que le pagué a Carlos Slim por menos de 150 páginas del buen Ricardo Piglia, mi regiomontana cartera siente escalofríos y hace votos porque estas ofertas librescas se multipliquen cual plaga de langostas por la tierra. Satanás bendiga al Mercado Ley y a toda su sinaloense estirpe. Brindemos por ellos.

Pasos de Gutenberg
Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el Renacimiento
Esther Cohen
Taurus

Por Daniel Salinas Basave

Las posibilidades de un ensayo filosófico son infinitas. Buscando ahondar en los fundamentos de la demonología como una rama seria de los estudios teológicos del Renacimiento, me encontré con un dilema humano de tremenda actualidad: el pavor al otro. Esa inagotable necesidad de las buenas conciencias de fabricar chivos expiatorios que justifiquen sus fracasos, sus miedos y sus odios.
La sociedad necesita a sus demonios tanto como a sus dioses. Requiere materializar sus fantasmas y diseñar la geografía de sus infiernos.
En su ensayo o conjunto de ensayos Con el diablo en el cuerpo, Esther Cohen trata de encontrar las razones y fundamentos que provocaron que en los años del Renacimiento, miles de seres humanos sucumbieran incinerados en hogueras solo por ser sospechosos de herejía.
Cohen cuestiona el que una sociedad como la renacentista, en la que florecieron artistas disciplinarios como Miguel Ángel y Leonardo, haya sido la misma que apadrinó la creación del Malleus Maleficarum, el manual del cazador de brujas que condenó al fuego a miles de inocentes.
En la misma época donde la humanidad diseña los cimientos del método científico y hace florecer las artes, es la misma en que la Iglesia Católica da “personalidad jurídica” al diablo en el Concilio de Letrán. Porque contrario a la creencia popular, los teólogos de la Edad Media no habían definido aún el concepto del diablo y la bruja. La magia popular formaba parte de la vida cotidiana y no era recipiente de la ira y el terror de una sociedad. Sin embargo, en pleno Siglo XV, cuando se supone que la luz del conocimiento disipaba las tinieblas feudales, los dominicos alemanes Kraemer y Sprnenger crean el Malleus Maleficarum, un manual sorprendente y morbosamente detallado, sobre las formas en que las brujas consumaban pactos demoníacos. Lo que sorprende es que ese texto atiborrado de alucinaciones y disparates, haya sido el que normó con absoluta seriedad los procesos de la Inquisición.
“El Renacimiento- nos dice Cohen- no inventó a sus brujas, sólo las sacó de la oscuridad de sus inmemoriales prácticas para colocarlas en el lugar privilegiado donde con frecuencia las sociedades fijan al enemigo: el otro”.
El miedo es ciertamente un móvil perturbador, pero son las formas que va adquiriendo a lo largo de la historia las que diseñan en cada época las siluetas específicas sobre las que dejará caer la represión y la tortura. Para los autores del Malleus Maleficarum, el argumento central parece girar alrededor de una sexualidad pervertida y desbocada.
Quizá no hay nada mejor para resumir esa contradicción que la frase de Walter Benjamin: “No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”. Y la cacería de brujas, dice Cohen, fue la barbarie del genio renacentista.
A lo largo de los siete ensayos que conforman el libro, Cohen habla sobre los orígenes de algunas creencias populares, los fundamentos de ciertas herejías, la mutación de rituales y los fundamentos de textos cabalísticos, como los del filósofo y humanista Pico della Mirandola y su Letra mágica de la cábala judía.
Al final, el libro de Cohen supero mis expectativas. Pero más allá de lo interesante que resultó el bucear en las profundidades del pensamiento renacentista y sus contradicciones, Con el diablo en el cuerpo me ha hecho pensar en la evolución de los miedos irracionales o en esa eterna necesidad de fundamento que requiere todo afán persecutorio. En el Siglo XV la humanidad encontró en la bruja a la perfecta y única culpable de sus fracasos y desventuras.
En el Siglo XXI, cuando se habla de derechos humanos, tolerancia e igualdad, las “buenas conciencias” del mundo occidental han materializado al fantasma de ese otro, generador de sus peores pesadillas, en una sola palabra: terrorista.
El concepto del terrorista en el Siglo XXI se parece mucho al de la bruja del Siglo XV. Esta ahí, en cualquier parte, no tiene otro fundamento que encarnar toda la maldad posible y combatir al bien. Luego entonces, dicen las buenas conciencias, hay que destruirlo. El terrorista, al igual que la bruja en el Renacimiento o el comunista en la Guerra Fría, es ese otro, desconocido y siempre al acecho al que se debe temer y odiar. A veces los métodos del presidente estadounidense George Bush para encontrar y castigar a los terroristas me resultan demasiado parecidos al Malleus Maleficarum. Cada época está condenada a tener sus demonios e inquisidores. Eso es lo que sin proponérselo me deja el libro de Esther Cohen. Las tinieblas de la humanidad son cíclicas y suelen convivir con la luz. El nietzscheano mito del Eterno Retorno se revela inquietantemente cierto.

Últimamente pienso demasiado en que me gustaría realizar un trabajo físico. Un trabajo solitario de preferencia. Si me pagaran lo mismo por ser un agricultor que pasara el día arando la tierra, un albañil o un cargador, no dudaría en cambiar de empleo. Mi mente estaría libre de tantos excrementos intelectuales. Mi cuerpo sería mi herramienta, mi cansancio sería físico. Una caguama fría el sábado por la tarde me sabría a gloria y mi sueño sería pesado. Podría deambular por la vida sucio y con el pelo suelto, sin ocultar mis tatuajes, sin preocuparme por pronunciar frases amables, sin que nadie pensara siquiera en que debo llevar una camisa, unos zapatos y una corbata, sin tener que soportar a políticos hipócritas y achichincles pretenciosos. ¿Porque el trabajo físico está tan devaluado? Un maestro albañil sabe construir casas tan bien o mejor que un arquitecto (puede usted crucificarme señorita arquitecta, si algún día llega a leer mi afirmación) El trabajador edifica casas que nunca habitará a cambio de un jornal miserable. ¿Porque diablos? ¿Por la falta de un mierdozo título universitario? Miren lo que nos hereda nuestro título universitario: El ser humano está condenado a aplastar su culo sobre una silla, a derretir sus ojos frente a una computadora y a asfixiarse con una inútil corbata atada a su cuello, encadenado a un teléfono celular cuyo llamado le recordará a cada momento que habita en el Infierno y que sus demonios exigen tributo. Nos han reservado humillantes esclavitudes en palacetes de falsedad. Las más de las veces, el ser humano se dedica a venderle al prójimo mierdas que no necesita y se hace llamar ejecutivo de ventas, ejecutivo de planeación, gerente de finanzas, auxiliar de recursos humanos. Satanás condene al fuego eterno a los ejecutivos de toda especie.


Ya lo he dicho muchas veces: Entre todas las aberraciones de la Creación los periodistas somos las criaturas más detestables que se arrastran sobre la Tierra. Pero aún lo detestable tiene jerarquías. La clase de periodista más aborrecible es aquel que al estar fuera de los medios, se pone al servicio de un político en época de elecciones y se dedica a redactar boletines infestados de alabanzas que nadie, excepto los más indignos chayoteros, publicaría jamás. Lo peor es que ellos mismos se transforman en ciegos adoradores de los cerdos que les pagan.
Más digno hubiera sido dedicarse a prostituirse por 50 pesos en la Zona Norte o transformarse en vendedor poquitero de heroína adulterada. Sentiría más respeto por ellos. Esa clase de “comunicadores” suelen llamarme con odiosa frecuencia, varias veces al día. Me dan las buenas tardes. Me preguntan por mi salud y por mi familia para después hablarme de las virtudes de sus candidatos y las bajezas de sus adversarios políticos. Yo finjo escucharlos conteniendo en mis entrañas un honesto escupitajo. Después fijo estar ocupado y corto amablemente la conversación. Sirva pues este espacio cibernético para dejar constancia de cuanto los desprecio.