Eterno Retorno

Monday, June 02, 2003


Con beneplácito me encuentro que el número 39 de la revista Común ya está en la red. www.comun.com.mx Común es un proyecto consolidado de mi gran amigo Jopy Montero. Sus raíces se remontan a Bitácora, aquel medio impreso que fundamos en enero de 1997 y que vio la luz en la imprenta de El Financiero en Monterrey. Recuerdo con añoranza la primera mitad de ese año. Las desveladas en casa de Domingo García, de Mariano Matamoros o de Leonardo del Bosque elaborando los primeros números de nuestro proyecto. La noche se íba tundiendo teclas. Años después, ya estando yo exiliado en Tijuana, Jopy fundó Común y hasta la fecha lo mantiene y a su vez se mantiene de él. 39 números ya es larga vida. Felicidades- Desde mi lejano exilio, siento un cariño especial por esa revista, con la que colaboro desde su fundación con una columna llamada Lucretia mi reflexion.
Esta fue mi colaboración del mes , que en realidad fueron unas palabras que escribí a petición de mi suegra Lucille de Hoyos para presentar una exposición de tres pintoras. Tengo idea de que ya la había subido al blog, pero ahí va de nuez.

Lucretia mi reflexión
Por Daniel Salinas Basave

Tierra fértil y semilla, creadora por naturaleza y musa eterna, poseedora y dadora de la belleza, la mujer ha dado a la expresión artística un rostro único e inigualable en sublimación y misterio
Tal vez no sería descabellado afirmar que las primeras expresiones plásticas del ser humano, fueron creaciones de una mano femenina.
Mientras el hombre, cazador y guerrero, desafiaba el caos terrenal, la mujer, con un mayor espacio contemplativo, intuía lo absoluto.
Suerte de conjuro, invocación o acaso una inconsciente sed de inmortalidad, pinturas rupestres y petroglifos requirieron necesariamente un instante contemplativo.
En ese sentido, fue la mujer quien accedió a la eternidad del instante, a ese hablarse de “tú” con la plenitud que sólo puede lograrse mediante el pleno hipnotismo que el proceso creador ejerce en el artista.
El instante lleno no está en ningún futuro, sino que siempre se encuentra ahí, en la eternidad de una obra de arte. Aquella que ha cortado los lazos que la unen a su creador. Basta con aprehender el instante mágico, para lo cual hay que aprender a estar eternamente en el presente, a tener presencia de espíritu.
Por lo tanto, la tarea suprema es la producción o aprehensión dentro de una obra de aquellos instantes de suprema consumación en el ser. Esa fue en el principio de los tiempos una tarea femenina.
El arte es anterior a la babélica confusión de lenguas y tal vez hoy en día represente el único medio absolutamente universal de comunicación plena. De hecho, puede considerarse como un poder que triunfa sobre el caos del lenguaje, sobre las cadenas del concepto.
La palabra rompe el silencio de las cosas carentes de ella, pero es incapaz de captar en conceptos la infinitud universal. La belleza del arte es mejor, más elevada, de acuerdo con Hegel, que la belleza de la naturaleza, puesto que está hecha por seres humanos y es lacreación del espíritu.
Pero discernir la belleza en la naturaleza es también el resultado de la cultura y de las tradiciones de la conciencia, dicho en el lenguaje de Hegel, del espíritu.
Sin embargo, la historia del arte, o al menos del arte considerado clásico, nos arroja un saldo final donde a la mujer se le ha reser-vado para siempre el papel de musa inspiradora de los grandes genios, pero pocas veces el de creadora. Una Mona Lisa de Da Vinci, una Eva de Durero, una Maja de Goya, son reflejo de esa flama creadora que una mujer puede crear. Pero no le era dado ejercer como la constructora material de la obra que inspiraba.
Y ha sido privilegio casi exclusivo de los movimientos artísticos del SigloXX, enseñarnos hasta donde puede llegar la sensibilidad creadora de una mujer cuando tiene un pincel en las manos.
Dice Nietzsche que hay que estar templado trágicamente para mostrarse digno del júbilo estético. Es necesario estar desilusionado y sin embargo, apasionadamente enamo-rado de la vida, aún cuando se haya descubierto una gran futilidad.
El consuelo metafísico del arte, dice Nietzsche, no es ninguna esperanza
vaga del más allá, con sus compensaciones y alivios y con su promesa de un mundo futuro de la gran justicia. He ahí la fórmula trágico-dionisiaca: sólo como fenómeno estético se justifican la existencia y el mundo por toda la eternidad