Eterno Retorno

Tuesday, May 20, 2003



Un calor que no le pide nada a Monterrey se desparrama sobre nuestra ciudad. Bueno, tal vez he olvidado lo que son los infiernos regiomontanos y hoy cualquier medio día de 27 grados en Tijuana es capaz de hacerme sudar.
La mente olvida fácilmente. El cuerpo también.

Intento subir textos. El blog decide ponerme una señal de alto. File not found. The page can not be desplayed. Un demonio cibernético ha decidido condenarme a la agrafía. Ayer ni una sola letra pudo entrar en Eterno Retorno.

Fotografías

Frente a mi la fotografía de Carolina vestida de sweter gris, al atardecer, sentada frente a una mesa de manteles blanco con verde. Atrás se lee simplemente Pizzeria. Una garrafa de vino a la mitad y delante de ella un vaso recién servido. Las pizzas seguramente en camino. Es Florencia, algún día de mayo de 2001. La fotografía la tomé yo.
Carolina con blusa celeste, yo con la camiseta con la imagen de la Guernica. Atrás la Torre de Pisa y un par de ciclistas a nuestras espaldas. Es mayo de 2001
Dentro de un marquito de madera hay otras tantas fotografías. Carolina y yo en una prototípica estampa con la Torre Eifel de fondo en el lugar donde millones de turistas se han tomado la misma foto. A lado, Carolina y yo en contra esquina con el Ar-co del Triunfo. Ella son sudadera negra, yo con camiseta del Arsenal. Es el 21 de abril de 1999, día en que cumplí un cuarto de siglo.
Carolina y yo en un prado de tulipanes en el Vondel Park de Amsterdam. Mayo de 1999- La aventura apenas comenzaba.
Instantes, gestos, colores, pedacitos de Carpe Diem eternizados, yacen aquí en mi escritorio, recordándome a cada momento los infinitos horizontes que aún nos quedan por explorar.
Ni modo. En el 2003 no viajaremos. La casa nueva consumirá nuestros recursos. Ahí será para el año entrante. Irlanda o Ar-gentina los destinos más probables. Me deprime no viajar, pero más deprimente ha de ser pasar la vida entera pagando renta. Hay tantos países, tantos libros, tantas y tantas cosas. Hay un Aleph allende el horizonte y yo aquí sentado en un espacio tan reducido. Hay más mundo y más libros que años de vida.



Adán Buenosayres posa su gordura frente a mí. Páginas y páginas de letras pequeñitas, atiborradas de píes y asteriscos. Tan solo la introducción y los comentarios del editor consumen más de 130 hojas. Pero aún así el comienzo de la novela es fluido, rítmico, simplemente agradable. El problema es que tengo la certeza absoluta de carecer del tiempo necesario para concluirla. El único ejemplar de esta novela que he visto en Tijuana está en la Biblioteca Benito Juárez. Se trata obviamente de una edición argentina, chaparrita, gorda y maciza como un ladrillo. Cuenta Leopoldo Marechal que lo de Buenosayres es la forma en que los chicos del campo se referían a él cuando iba de vacaciones y le llamaban con el nombre de la ciudad.
Las calles son arterias principales en estos cuerpos literarios. Reconquista, Rivadavia, Sarmiento, 9 de Julio- Ah como me gustaría ir a Buenos Aires. Las próximas vacaciones iremos ahí-
Quiero conocer esa ciudad, más que ninguna otra en el mundo.

Breviario cultural sobre Adán Buenosayres cortesía de Pedro Orgambide:
“Novela de Leopoldo Marechal publicada en 1948. Salvo el comentario elogioso de Julio Cortázar (que intenta, al mismo tiempo, una crítica rigurosa de la obra) y la opinión favorable de algunos pocos escritores, la novela de Marechal pasa inadvertida en aquel tiempo. No sería ajena a esta circunstancia, la posición política del autor, identificado con el peronismo. Por otra parte, la crítica pudo verse sorprendida por la aventura formal que proponía la novela, por los procedimientos narrativos y de lenguaje que hoy son lugar común en la novela latinoamericana. Sean cuales fueren las causas de este primer desencuentro, lo cierto es que veinte años más tarde los escritores de las nuevas promociones reconocen en Adán Buenosayres a una obra precursora”.


Una de tantas creaciones que hace esfuerzos sobrehumanos por no nacer. Tengo vocación de abortista-

En el cielo nocturno, en la oscura mirada, buscar, que tu grito encuentre el desgarramiento y el pavor del último sueño, volver de hielo la caricia reptante y sucumbir, embriagarme de lodo hasta sangrarlo. DSB


La entrevista quedó pactada para las 6:30 de la tarde y después de batallar cuatro días para que le tomaran la llamada, no le extrañó nada que la voz, que se identificaba tan sólo como “un amigo”, eligiera una cantina del área del puerto como el lugar en donde Trym estaría esperándola.
Si se hubiera tratado de un caso diferente, seguramente habría puesto peros por la incomodidad de la hora que obligaría a retrasar el cierre de edición, pero pudo comprender con certeza que acaso nunca más en la vida podría haber nuevas alternativas de hablar con el más cercano compañero de Mercedes y sabía sin duda que nadie podría nunca acercarse más a dar una versión tan real de su muerte.
Maniática como era de reafirmar dos veces antes de colgar el lugar y la hora de la cita, no pudo soportar la idea de que “el amigo” dijera una sola vez el nombre del sitio y colgara sin dar lugar a confirmaciones. Por supuesto que pensó en la alternativa de mandar todo a la mierda y evitar estar sentada en una cantina por más de una hora para al final salir con las manos vacías, pero no podía tirar a la basura la única oportunidad de retomar el asunto Mercedes desde un ángulo que nadie había explotado.
No fue fácil convencer al equipo editorial de la revista de la necesidad de retrasar el cierre hasta donde fuera necesario por la realización de una incierta entrevista con un perseguido de la justicia, contactada con una persona que ni siquiera había querido identificarse, pero existían elementos reales para creer la versión de que Trym se encontraba en la ciudad y estaba dispuesto a hablar.
Caminar al atardecer por los bares y prostíbulos del puerto podía ser algo inspirador, aunque no dejaba de ser incómodo para una mujer sola.
Para colmo, poco antes de las seis, se desató un feroz aguacero que la obligó a resguardarse bajo la mampara de una tienda de artículos sadomasoquistas.
Pensó en Mercedes y en su gustó por el cuero negro y el metal, e imaginó que de ser ciertos los rumores de sus visitas a la zona, probablemente habría entrado o por lo menos contemplado el aparador de la tienda que hoy le servía de resguardo.
Recordó la última presentación de Baudelaires Mayhem en Hamburgo el primer día de la pasada primavera en una vieja bodega de la periferia. Fue la tercera y última vez que pudo ver a Mercedes y le sorprendió la palidez que había en su ya de por sí blanco rostro. Trato de recordar como era Trym, pero parecía imposible concebirlo sin los lentes oscuros y ese pelo casi blanco de tan rubio que le cubría a cada momento la cara. Faltaban menos de 15 minutos para la cita, la lluvia no amainaba y el bar en donde fue citada estaba a tres cuadras de ahí, así que optó por correr bajo el aguacero y resignarse a llegar empapada a él encuentro. Pensó que la lluvia sería aliada de la discreción que “el amigo” había solicitado para la entrevista pues no había un alma en las calles de la zona.
La cantina también estaba semi desierta. Apenas unos cuantos ancianos solitarios bebían en la barra y no parecieron inmutarse por su presencia. Eligió una mesa cercana a la ventana, pidió una Guiness y aunque estaba más tranquila, le pareció absurdo pensar que Trym pudiera aparecer por esa puerta y sentarse a hablar con ella. No pudo evitar mirar el reloj y cuestionarse si el nombre de la cantina sería el correcto, si habría entendido bien que la cita era hoy, si la hora y el lugar habían sido elegidos por el amigo, o sí el propio Trym los habría señalado, si vendría solo o acompañado, si sería cortante en sus respuestas y evadiría preguntas. No podía imaginarlo.
Miró por la ventana. La tarde había muerto y el último vestigio de luz había desaparecido, cuando a su mesa se sentó un hombre flaco, con la cabeza totalmente rapada, cuyo rostro, de cadavérica expresión, le provocó un mal disimulado escalofrío.

-¿“Tu eres la que quieres hablar de Mercedes” ?-, preguntó el hombre.
Pensó de inmediato que se trataba de algún enviado de Trym o del “amigo” que había acudido a cancelar la entrevista.
-“Sí, yo soy, Martha Sammer”, respondió.
- “ ¿Y que es lo que quieres saber de Mercedes que yo pueda comentarte?”, dijo el hombre.
- “Son muchas cosas, me informaron que podría tener una entrevista con Trym, me gustaría mucho hablar con él”.
- “Yo soy Mathias Soryxjta, Trym”, respondió el hombre.
Definitivamente las personas podían pasar desapercibidas debajo de un escenario, pensó Martha. Ese hombre rapado y decrépito estaba lejos de corresponder a la imagen del rubio Trym que con sus lentes oscuros laceraba al mundo tras los teclados. Pero sí, era él, algo le decía que no podía estar mintiendo. Se quitó su chamarra y en sus brazos desnudos y flacos pudo reconocer los tatuajes abstractos que había visto alguna vez en las en el escenario y en las fotografías. Cuando lo vio por primera vez a los ojos, sintió que la pregunta que abriría la entrevista se negaba a llegar a su mente.