Eterno Retorno

Thursday, April 24, 2003


Camino por los siniestros pasillos del Palacio Municipal. Me entretengo en contemplar burócratas y meditar sobre sus vidas. El aire apesta a tedio, sopor y malas vibras. Dirección de Impuesto Predial. Escritorios de latón, sillas giratorias destartaladas. Papeles sepultados en polvo, computadoras de la Era Terciaria. Por momentos tengo iluminaciones. Destellos de absoluta claridad. ¿Que clase de dios mediocre y conformista pudo parir este mundo?


Escape a la Biblioteca Municipal Benito Juárez. Oasis en el desierto de la mañana. Las espaldas de un libro son invitaciones al más allá. Sugerencias de universos ocultos y conversaciones con el absoluto. Adán Buenosayres, El sudario de hierro, La casa pierde llaman mi atención. Abro al alzar Bestiario de Arreola. Leo El bisonte, Los sapos y El rinoceronte. Me dirijo a la mesa. El entorno empieza a desfigurarse. Apoyo mis brazos en la superficie, cual suculento lecho para recibir a mi cabeza. Mi rostro queda a milímetros de la cubierta. Un beso no dado, una caricia de aliento. Voy escapando súbitamente. Duermo. Duermo deliciosamente. Alquilo unos minutos fuera de este mundo. Despierto. El Universo no es el mismo.

Odio este sitio

La era del rumor. La era de la desconfianza. La era del miedo. La mala vibra y el desencanto se encarnan en el aire al sonar de teclas y teléfonos, entre corbatas-horca y calvas sudorosas. Una pirámide de desinformaciones creciendo en el altar mismo del templo de la información. Una barrera de oscura mierda se esparce en las pieles de quienes exigen y regalan claridad al Mundo. Todo esto me da un asco absoluto. Y ello, hay que decirlo sin tapujos, me hace sentir asco de mi mismo, pues yo soy parte íntegra de todo esto.
He aquí la mayor parodia de la pendejez clasemediera: Estamos condenados a luchar con uñas y dientes, como ratas de barco en un naufragio, por permanecer a como de lugar sobre una embarcación que odiamos con el alma. Criatura del señor, habrás de luchar por tu lugar en el Infierno. Ni siquiera la esclavitud es gratis. Aborrezco este sitio.


Llevo leídas 62 páginas de Donde no estén ustedes de Horacio Castallanos Moya. Me queda demasiado claro: Es de esas veces que puedo afirmar despojado de toda pretensión que estoy ante un gran escritor. Una pluma encabronadamente maliciosa. Un narrador simplemente chingón. Oscuro como el solo, profundo como un pantano de arenas movedizas. Luego de enmelcocharme con la Materia del deseo, vuelvo a sentir lo que se siente estar ante una obra tatuaje. Satanás bendiga estos ejemplares.

Por Daniel Salinas Basave

La materia del deseo
Edmundo Paz Soldán
Alfaguara

Se puede afirmar que un libro comienza a leerse desde su portada. Desconozco si las pretensiones del boliviano Edmundo Paz Soldán llegaron a tanto como para que fuera él mismo quien escogiera la fotografía que adornaría la cara de La materia del deseo, pero lo cierto es que esta novela, al igual que sucede con ciertos libros, engancha al futuro lector desde el escaparate mismo de la librería. Como un fugaz cruce de miradas de carro a carro o un furtivo ligue de barra fresa, La materia del deseo le apuesta a la atracción a primera vista.
Una rubiecita de ojos azules, un corto vestido color agua y unas piernas blancas diluidas en la magia de los territorios del fuera de foco, pueden cazar fácilmente a un buscador de novedades editoriales. Confieso que me fue mi caso. El título también resulta más que invitante. Pero al adentrarnos en la materia literaria de esta materia del deseo descubrimos que el romance con este libro está condenado a la superficialidad de un amorío de ocasión.
Edmundo Paz Soldán, joven escritor boliviano que es profesor en los Estados Unidos escribe, fílese usted que casualidad, sobre un joven boliviano que es profesor en Estados Unidos. En fin, nadie ha dicho que los delirios autobiográficos, tan celebrados últimamente por la crítica, sean un pecado y en todo caso esto es lo menos importante.
No hace falta avanzar demasiadas páginas para darnos cuenta que Paz Soldán se sumerge en recurrentes obsesiones latinoa-mericanas. El exilio, la traición, el triangulo amoroso. Frustrados sueños revolucionarios y cómoda rendición ante el orden establecido. Temas que Mario Benedetti ha explotado hasta la saciedad. Agréguese además la típica comparación entre Tercer y Primer Mundo. La caótica república sudamericana y la quietud de una universidad estadounidense.
El personaje de Paz Soldán, a quien es imposible no imaginarlo con el rostro del autor, es un profesor que decide dejar la uni-versidad estadounidense donde da clases para volver a su natal Bolivia. El profesor huye de su tórrido romance con su alumna Ashley y llega a Río Fugitivo buscando quitar las telarañas que cubren la historia de su padre, un guerrillero de los años setenta que murió asesinado por la dictadura.
Interpretando los símbolos de Berkeley, la novela que escribió el progenitor en su juventud, nuestro personaje empieza a des-entrañar una cadena de traiciones, mentiras e infidelidades. Al mismo tiempo se sumerge en recordar su idilio romántico con la alumna a la que el lector, irremediablemente, pondrá el rostro de la rubiecita de la portada, pues su descripción es más que exacta. Lástima que no se deje espacio al lector para explotar un poquito la imaginación.
La novela tiene sus puntos favorables. Es fluida, entretenida, casi ágil. Retrata con inteligencia las pasiones e ideales de dos épocas y dos culturas. Pero adolece de un exceso de de lugares comunes. Los pasajes de pretendido erotismo parecen salpi-cados de cierta melcocha rimbombante propia de una pluma políticamente correcta. Su alternancia de frases en inglés cuando se da voz a los personajes estadounidenses es para reírse, pues parece que es un mero efecto ambientalista ¿O pretende que una estudiante bostoniana habla en spanglish chicano? Su repentina transformación a novela de suspenso y su final propio de telenovela, dejan mucho que desear. Pero es una novela entretenida. Un Benedetti globalizado e integrado a la era del Internet. Un ligue de primera vista destinado a no ser un amor profundo. ¿Pero quien dice que lo superficial no divierte de vez en cuando?