Eterno Retorno

Wednesday, March 19, 2003




Vomitorio antes de la guerra

En este día, en este preciso instante, podría atiborrar el blog del néctar más oscuro de mis sentimientos que amenaza con brotar como lava volcánica de las profundidades desconocidas de mi interior.
Hay veces que el odio y la absoluta tristeza se diluyen en un solo fluido. Es triste acordarse de la insignificancia, de la impotencia que uno puede sentir cuando es simple polvo en la noche de los tiempos.
Un pueblo entero será inmolado dentro de unas horas. Mujeres, niños y hombres que en el momento en que escribo esto están vivos, no lo estarán dentro de unos instantes. A una nación le hará falta mucho más que dignidad para no ser aplastada como una cucaracha.
Un criminal de guerra decidirá por nosotros, por todos nosotros, por millones de nosotros. Nosotros no contamos, no existimos, no somos nada.
¿Principios generales del derecho? ¿Diez mandamientos? ¿Orden internacional? A la mierda, a la puta mierda. La fuerza manda, la ambición manda, la avaricia manda, la más absoluta de las soberbias dictará que hacer.
“Me opongo, protestaré, me expresaré, escribiré”. “Muy bien, felicidades, puedes hacerlo, ahí está tu libertad de expresión”, me dirán, “pero digas lo que digas, hagas lo que hagas, serás una vaca mugiendo en el desierto. No importa si escuchan un millón o cien millones de mugidos”.
Hoy me quedó muy claro: En este mundo tu opinión es lo de menos. Alguien decidirá por ti y decidirá cuando y como destruye tu vida.
En el macrocosmos de la política mundial no somos nada. Pero no se preocupen, en el microcosmos de nuestra vida cotidiana tampoco. Hoy lo he vuelto a comprobar.
¿Que hago? ¿Salgo a la calle a gritar? ¿Rayo una pared? ¿Tomo un arma en mis manos? ¿Para que? ¿Para que chingados?
No, mejor sigo aquí, sentado en mi escritorio, cumpliendo con mi trabajo, esperando que depositen dinero en mi cuenta, aguardando el fin de semana para dormir, beber, divertirme y seguir por esta existencia procurándome las dosis de hedonismo que están en la medida de mis posibilidades. ¿Para que hacer otra cosa? Mejor aferrarse al principio del placer, del gozo fácil e inmediato. Total siempre habrá alguien que decida las catástrofes por mí y mi opinión, de todas formas, será lo de menos.
No escribiré más de la guerra, ni del odio. Basta ya. El ambiente ya está bastante contaminado para que aparte ponga yo de mi cosecha. Además ¿servirá de algo? Ni siquiera como desahogo es efectivo.

Sobre la influencia anímica de la arquitectura.

Leer la reflexión de Mónica Arreola respecto a la incapacidad de ciertas obras arquitectónicas de conjurar el dolor o brindar tranquilidad, me ha dejado pensando mucho. Cito textualmente sus palabras: “El dolor nunca es enlistado en el programa de actividades de un arquitecto. No se ha encontrado ‘el espacio’, en el cual podamos permanecer y olvidar el sufrimiento”.
Tal vez yo nunca me había puesto a reflexionar sobre lo mucho que un estilo arquitectónico o la distribución de un espacio puede influir en el estado de ánimo.
Arte al fin, la arquitectura debe tener un cordón umbilical conectado a las profundidades del subconsciente humano. La simple contemplación de la materia es capaz de transformar un estado interior.
Sin embargo, aquí mi duda es de carácter epistemológico: ¿Hasta que punto los sentimientos que evoca la materia obedecen a ideas preconcebidas? ¿O acaso existen formas, colores y estructuras que son capaces por si solos de provocar una reacción interior?
La contemplación de un fraccionamiento habitacional de varios centenares de casas en un área periférica de la ciudad desprovista de toda vegetación, me genera una profunda depresión.
Casas estrechas, de colores opacos y sin un mínimo destello de individualidad, me hacen pensar en las nuevas formas de es-clavitud. Inevitable evocar Brave New World.
Recuerdo una noche de mayo del 2001 cuando Carolina y yo llegamos a Barcelona. Nos hospedamos en una pensión paralela a La Rambla y decidimos salir a buscar el Barrio Gótico.
Sabíamos por referencias que estaba cerca de ahí, pero desconocíamos su ubicación exacta. Decidimos “perdernos” en las calles y caminar sin preguntar referencias. El cielo estaba nublado y las calles vacías. De pronto aparecieron ante nosotros las cúpulas, las gárgolas, las columnas y todo entonces se volvió lúgubre. Fue inevitable. En nuestro interior había un ánimo oscuro. Seguimos caminando entre estrechas callejuelas hasta llegar a estar frente a la Catedral.
Fue una visión impresionante. Es tal vez la ocasión en que me he sentido más sobrecogido por la visión de un edificio. ¿Porque evoqué historias de vampiros? ¿Porque nos cobijó un aura de misterio? ¿Fueron nuestras ideas preconcebidas sobre lo gótico? ¿O acaso hay una auténtica carga emocional en cada una de esas piedras? Son dudas, nada más que dudas.

Nunca encuentro lo que busco y lo que no busco, siempre me encuentra.

Más bien dicho nunca busco nada. Soy un centro delantero cáscara que nunca hace por ganar el balón. Me quedo en el área esperando un pase y cuando veo la bola, remato a gol.
Yo nunca soñé con trabajar en un periódico ni me esforcé en hacerlo. Cuando egresé de la Universidad solo quería viajar. Cuando acabé de viajar (o se me acabó el dinero para seguir viajando) me bastó desear trabajar en el Periódico El Norte para lograrlo. Sin cursos, solicitudes, exámenes, largas esperas, eliminatorias y de más. Simplemente quise entrar y entré. Miles de comunicólogos se rompían la madre por hacer lo mismo y yo, un abogado, ocupaba su lugar.
Tampoco soñé nunca con venir a vivir a Tijuana ni imaginé que mi destino sería trabajar en el nuevo periódico de una ciudad tan lejana.
Un día recibí una llamada en mi escritorio. “Vamos a abrir un periódico en Tijuana ¿Te gustaría trabajar con nosotros?” Y yo dije sí. Y aquí estoy. Tijuana me gusta y mucho. No busqué esta vida, no la soñé. Ella me buscó a mi y sin embargo puedo decir que soy bastante feliz.

Tampoco busqué amor

Cosas de la vida. Crecí atiborrado de compañeros burgueses que pensaron en el matrimonio desde que eran unos adolescentes. Procuraron ir a bailes, ligarse chicas y formalizar noviazgos. Por supuesto, celebraban San Valentín.
Yo nunca hice nada por ganarme el amor de nadie. De hecho soy bastante hostil con la gente. Jamás salí a algún lado con la intención de ligar y sin embargo casi nunca me faltó pareja en mi juventud y adolescencia. Casi siempre hubo novia o amiga en turno.
Aún así me veía a mi mismo en el futuro como un eterno solitario cuyas únicas relaciones interpersonales serían de mera sa-tisfacción sexual. La idea del matrimonio, como es concebida en nuestra clasemediera sociedad, me repugnaba de sobremanera.
Cosas de la vida, a los 24 años ya estaba yo felizmente casado con una mujer que es todo lo contrario a la chica casadera que va a la Universidad a buscar al padre de sus hijos. Ella, al igual que yo, tampoco soñaba con el matrimonio. Y sin buscarlo ni soñarlo la aleatoriedad nos cruzó de frente y nos abrió la puerta de una feliz convivencia y tras cuatro años de vida juntos, sostengo que es lo mejor que me pudo haber pasado en la vida y que ni buscando en cinco continentes a la esposa ideal, hubiera jamás en-contrado una persona así.