Eterno Retorno

Thursday, February 06, 2003


No hay duda; puedo asegurar que Benito Torrentera se llevaría el premio al mejor antihéroe moderno de la literatura mexi-cana. Hacía demasiado tiempo que no encontraba un personaje tan bien logrado. De hecho podría afirmar que es el mejor per-sonaje que ha construido Guillermo Fandanelli en toda su carrera. Torrentera es un hombre que puede hacer reír, rabiar y en-ternecer al más apático lector. Una de las expresiones más acababas del prototípico “loser”, que como tal se asume en la vida. Un retrato sátira casi perfecto de un vulgar anacoreta intelectual que de pronto, en el otoño de su existencia, se ve frente a las puertas del placer al que jamás ha podido acceder en medio siglo de vida. En realidad todos los personajes de Lodo resultan deliciosos. Torrentera, Eduarda, Copelia y Bolaños son de esas escasas creaciones que parecen correr a través de las páginas con vida propia.
Narrado en primera persona por el profesor Benito Torrentera, Lodo, la última novela de Guillermo Fandanelli, puede leerse como un afortunado matrimonio de sátira y tragedia.
La vida de Torrentera, un apocado ratón de biblioteca cuyos modestos placeres mundanos están en extremo dosificados, se encuentra a sus 50 años de edad a las puertas de la primera aventura erótica de su vida.
Eduarda, una veinteañera que huye de la justicia tras haber cometido en crimen, pide resguardo en la casa del viejo profe-sor.
La fugitiva ofrece al viejo maestro ilimitados favores carnales a cambio de ser ocultada y el profesor, harto de recurrir a su magra bolsa cuando se trata de tener sexo, acepta el pacto sin dudarlo. A partir de ese momento se inicia una breve aventura que para Torrentera constituye el momento más intenso de su aburrida existencia.
El desenlace trágico de la novela puede conocerse desde la primera página o desde la misma contraportada. Sabemos casi desde un principio que el profesor narra la historia desde la cárcel. Sabemos que su aventura amorosa fue efímera. Sabemos que su mísera existencia ha descendido un peldaño y sin embargo nos adentramos en Lodo deseosos de empaparnos de su desgracia. He ahí la sagacidad de Fandanelli. Es una novela que en el plano meramente anecdótico mantiene siempre niveles de tensión, no obstante su carácter satírico.
Pero lo más delicioso de este Lodo no son las desventuras del pobre profesor Torrentera, sino sus disertaciones filosóficas. El maestro nos cuenta su vida de la única forma que sabe hacerlo, es decir a manera de ensayo filosófico. Como si recurriera una suerte de tratado de lógica para conceptuar la insignificancia, el caos y las jugarretas de un destino de fatalidad griega.
Vaya, se me ocurre que hasta puede leerse como una antifábula. No importa si en la mente humana se acumula un caudal de racionalidad; al final, el instinto más simple, básico y mundano acabará triunfando. La razón es una pesada carga, los ape-titos humanos son los gobernantes de toda existencia, la existencia transcurre sin que los hombres puedan participar de ella, el amor es un invento absurdo. Más de 30 años de filosofía se desbaratan frente a la visión de una jovencita de barrio (Los estu-dios no matan las pasiones, aceptará el filósofo al final de la aventura).
Torrentera es un perdedor nato que tiene la virtud de jamás autocompadecerse. Tampoco lucha por superar su condición y se asume a si mismo sin falsas pretensiones. Asume su derrota con una resignación que tiene mucho más de desidiosa que de es-toica. Pero la entrada de Eduarda en su vida, toca los desvanes ocultos y hace florecer con toda su intensidad las pasiones demasiado humanas del intelectual. Y aunque jamás abandona su perpetua resignación, Torrentera, como no queriendo la co-sa, le abre las puertas a la ilusión del enamoramiento, a creer que el sentido de la vida puede encontrarse en el misterio del otro. He ahí la mayor derrota para un nihilista. Ceder al afán de poseer y entregarse, de celar, de ambicionar y arrojar sobre la amada todos sus ilusiones, complejos e inseguridades. El absurdo erótico en su máxima expresión.