Eterno Retorno

Friday, January 31, 2003

El planeta Kundera fue de mis 18 a mis 22 años una suerte de altar literario. Por alguna razón consideré a Milan la más alta expresión de lo contemporáneo y me fleté absolutamente todas sus novelas, al menos todas las existentes en español. Pero algo ocurre conmigo y los autores. Después de un periodo de luna de miel reniego de ellos. Sufro un inevitable desencuentro y me arrepiento de haber estado tan clavado en sus obras. Me ha sucedido con muchos- José Agustín y Carlos Fuentes en la adolescencia y después Saramago, Da Jandra y una buena cantidad de ejemplos.Aún no me sucede con Bellatin. En cambio con la música soy muy paciente. Llevo casi 20 años oyendo Sabbath y Maiden y es fecha que no me aburro. En fin, acá va un comentario sobre Milan escrito hace unos años.

Ítaca sumergida

La Ignorancia
Milan Kundera
Tusquets Editores Colección Andanzas

Por Daniel Salinas Basave

La pluma de Milan Kundera se desliza al compás de las catástrofes políticas que han azotado Europa del Este en los últimos 70 años. Revoluciones, dictaduras totalitarias y exilios han sido el entorno en el que sus personajes han cobrado vida. Siguiendo el curso de la historia, “La Ignorancia”, novela con la que recibe el Siglo XXI, es quizá el más fiel reflejo literario de esa suerte de modorra intelectual que padece la Europa globalizada, la Europa del Fin de la Historia donde las ideologías y sus caudillos forman parte de un museo de lo obsoleto. Por desgracia, este sutil desencanto producido por el ingreso al confort de la cultura light, ha impregnado las novelas de Kundera y en ese sentido La Ignorancia funge como una navaja de doble filo: por una parte refleja la angustia que seguramente embarga al propio Kundera, pero por otra se inscribe en la lista de los libros suaves y digeribles que algunos autores consagrados suelen producir después de sus obras cumbres.
Hay tres etapas en la vida de Kundera que se han visto plenamente reflejadas en su producción literaria. La primera es la del escritor checo combativo, la segunda la del escritor checo exiliado y la tercera la del escritor francés. Su primera etapa está marcada por las heridas de su patria. Nacido en Bohemia en la ciudad de Brno (actualmente en República Checa) en 1929, Kundera vivió en carne propia los horrores y el absurdo de los “ismos” que sacrificaron a millones de personas concretas en el altar de las ideas abstractas. Vivió la pesadilla nazi siendo un adolescente y entró a la juventud con la revolución socialista de 1948. En plena madurez, contempla los tanques soviéticos aplastando Praga en aquella Primavera de 1968 y es entonces cuando convertido en una pluma marginada y perseguida, afloran sus libros navaja. Es en estos años cuando surgen las piedras angulares de su trabajo como son “La Broma”, “La Vida está en otra parte” y “El libro de la risa y el olvido” que desnudan el absurdo del totalitarismo comunista al enfrentarlo al territorio erótico y lírico del individuo. Libros prohibidos en su momento, copiados y distribuidos en forma clandestina, hicieron de Kundera la voz humana que gritaba en el maquinal desierto totalitario. En su segunda etapa, Kundera es un escritor checo que vive exiliado en París y cuyos libros empiezan a leerse en toda Europa. Es en esta etapa cuando surge su apoteótica “Insoportable levedad del ser”, “El libro de los amores ridículos”, “La despedida” y “La inmortalidad”. Gozando ya de fama y reconocimiento mundial y caminando sobre los escombros del Muro de Berlín, ocurre una transformación en los libros de Kundera: El escritor checo exiliado abandona su lengua materna y comienza a escribir en francés. Empieza entonces su tercera y más desdichada etapa en la que produce la trilogía conformada por “La lentitud”, “La identidad” y “La ignorancia”.
En su último libro, Kundera encarna en Irena el drama del exiliado una vez que el exilio ha perdido su razón de ser. Son los años noventa, el hierro de la cortina comunista se ha derretido y después de más de dos décadas, los desterrados vuelven la mirada a la patria, pero ese lugar idílico no existe más. Tras 20 años de destierro en París, Irena regresa a Praga animada por su marido sueco Gustaf y sus amistades francesas, que parecen estar más interesados que ella misma en el retorno al terruño. En el aeropuerto parisino se encuentra con Josef, otro exiliado checo con quien Irena pudo haber iniciado algún día un amorío de juventud que finalmente no se consumó. Josef también vuelve a Praga luego de su destierro en Dinamarca y en el interior de Irena, que aún lo recuerda, surge lentamente el deseo de reconstruir el pasado y continuar aquello que el exilio ha interrumpido. Pero el retorno supone para ambos el darse cuenta que su patria les resulta un lugar totalmente ajeno y extraño, un universo impersonal y acaso hostil con el que nada tienen que ver. No son sus retornos como el del Hijo Pródigo o el de Ulises, pues la tierra que añoraban parece estar sumergida bajo los escombros de un pasado derruido y apenas reconocen el rostro de la Praga que los recibe. Y solo entonces caen en la cuenta que el objeto de su nostalgia es irrecuperable pues ha desaparecido para siempre. Nadie ha escrito ni escribirá la historia de lo que pudo haber sido y ahora Irena y Josef son extranjeros en esa Praga atiborrada de turistas por cuyas cúpulas góticas se asoman las M amarillas del Mc Donalds y los anuncios de Coca Cola, una Praga de tarjeta postal que fascina a los extranjeros, entre ellos al marido de Irena, quien portando orgulloso su camisa con la leyenda “Kafka is born in Prag” se declara amante del espíritu checo que los exiliados desconocen.
Indudablemente, el drama de Irena y Josef es el que enfrenta Kundera que acaso no encuentra el camino de regreso a esa patria literaria que el mismo fundó. Sí, su trilogía en francés tiene ese infalsificable sello kunderiano en el que la filosofía de la historia parece explicarse a través del ser erótico, pero hay algo que parece haberse ido para siempre cuando Milan decidió dejar de escribir en checo. Acaso su pluma se sintió extraña ante la blanca llanura de papel o tal vez una musa que no entiende la lengua Rabelais y añora la de Kafka, decidió morir y dejar al escritor a la deriva y ahora imagino a este otro K. checo pensando en francés mientras camina por los Campos Elíseos o los Jardines de Luxemburgo, como un Ulises en busca de su Ítaca literaria que ya nunca encontrará.