Eterno Retorno

Friday, December 27, 2002



IPANEMA CUMPLE AÑOS


Acerca de la autora

Ipanema Dávila Sandoval nació el 27 de Marzo de 1976 en la Ciudad de Durango. Estudió Letras Españolas en la Universidad de Coahuila en Torreón y recientemente comenzó una maestría en Sociología en la Universidad de Texas en El Paso. Es autora del poemario “En Espiral Hacia el Abismo” y de la novela corta “La Musa de los Albatros”. “Ipanema Cumple Años” es su primer libro de relatos.


Autoprologación...ahí para la otra.

Todo esto nació en el camino, en el tedio de la ruta I

Hoy cumplo 24 años y he decidido hacerme un regalo que bien merecido tengo. Yo sé que resulta muy difícil creer que alguien como yo pueda tener más de siete meses sin hacerlo, pero esa es la cruda realidad. Siete meses sin sexo y justamente yo, que provoco un promedio de cinco orgasmos al día. Es para reírse ¿no? Que una mujer de 24 años, casada y con mi tipo de trabajo extrañe el sexo como lo haría una solterona del Club de la Vela Perpetua o una frígida gerente de banco. Es el colmo. En todo este tiempo han pasado por mis manos y mi boca más de cien penes, he escuchado cualquier cantidad de jadeos y cochinadas en mis oídos y sin embargo siento como si estuviera recluida en un convento y llevara mil años de no oír hablar de erotismo o algo que se le parezca. Sin exagerar, se me hace que ya hasta olvidé que en el manual de uso de este cuerpo mío está contemplado que le es posible venirse si se le generan las condiciones necesarias de temperature, estado de ánimo y cachondería. En realidad no creo ser una mujer muy difícil de satisfacer. No necesito cosas sofisticadas, no exijo miel rosa ni látigos sadomasoquistas; solo quiero coger de una vez por todas como Dios manda. Claro que he pensado en darme una buena masturbada un día de estos pero la verdad es que aquí en la casa no se dan las condiciones necesarias para poder disfrutarla.
Sinceramente ayer ni siquiera me acordaba de mi cumpleaños, hasta que a la hora de la cena llegó Erick con un dibujo hecho en crayolas y me dio un beso. ¡Felicidades mami¡ y yo casi pregunto por qué, hasta que me acordé de que yo también cumplo años de vez en cuando y Gastón, que por supuesto no se acordaba, se limitó a decir que a ver si vamos a cenar mañana, ni siquiera le pregunté a dónde, pues ya se que para él sacarme a cenar significa ir al “Contigo Aprendí” la fonda de su tía de 70 años en donde los únicos clientes son siempre sus otros tíos y su mamá, también de 70 años, por cierto.
Fuera de eso no hubo novedad alguna e hicimos lo de todas las noches, o sea dar de cenar a los niños mientras Gastón medio ve una película de guerra o artes marciales bebiendo su reglamentario vaso de Viejo Vergel esperando a que los mande a dormir para que vaya a atenderlo, lo que significa darle su mamada de todas las noches (también reglamentaria) para tres minutos después oírlo roncar. El foco se me prendió esta mañana, cuando por curiosidad me puse a hojear el periódico de ayer que Gastón dejó sobre el sillón y me entretuve en la página donde viene anunciado el lugar donde trabajo. La rubia que aparece en el recuadro no se parece a mí ni a Francisca ni mucho menos a Almita o a Amparo y estoy segura que a ninguna que haya trabajado ahí con anterioridad. “Ven a estética Scorpio donde nuestras sensuales masajistas, chicas traviesas y de amplio criterio cumplirán tus más calientes fantasías. SM SO SC”. Me río al pensar que de nada me sirve ser una chica tan traviesa y de tan amplio criterio cuando solo se requiere de un mínimo de sentido común para satisfacer las más bien tibias y bastante ordinarias fantasías de los clientes. No se si debo adjudicar su tibieza a la decepción que sienten al no encontrar en Scorpio a la rubia Play Boy del anuncio, pero lo cierto es que hasta ahora nunca he atendido un cliente que me pida algo más o menos sofisticado. Después de repasar algunos de los anuncios de la competencia, muchos de los cuales incluyen a la misma rubia y en la misma pose, di con un título sugerente y ahí fue donde se me ocurrió la idea. “Adonis, joven alto, moreno y muy varonil dispuesto a cumplir tus inconfesables deseos. Amplio criterio". Adjunto solo aparece un número de teléfono celular. Doy por hecho que el joven con pinta de Cheyanne que aparece en el anuncio no se parece mucho al verdadero prestador del servicio, pero supongo que tendrá lo suyo y si no, pues por lo menos sabrá trabajar, que para efectos es lo único que realmente me importa. Así que sin pensarlo dos veces tomé la decisión: Hoy seré yo quien pague. Llamé al trabajo para avisarle a Isaac que no podría asistir, pues mis niños y mi esposo me organizarían una fiesta sorpresa. Como siempre, no me puso pero alguno. “Como quieras, tu eres la que lo pierdes manita. Felicidades” se limitó a contestar. Es lo bueno de tener un jefe comprensivo y además es justo reconocer que es la primera vez que falto al trabajo en mucho tiempo. Una vez hecho esto llamé a Adonis y programé una cita para las 3:30 de la tarde. Algo me dice que la voz que contestó no es la del joven varonil, pero de cualquier manera se comprometió a que Adonis estaría a la hora y el lugar que yo eligiese. No quise escatimar en gastos. Elegí verlo el hotel Hacienda Real ubicado al sur de la Ciudad en parte porque es un lugar donde Gastón no se pararía nunca, aunque en realidad lo que me movió fue estar en un cuarto con cama de agua, terraza y jacuzzi. Y aquí estoy en este justo momento, disfrutando un vaso de Chardonay cuando faltan 24 minutos para las 3:30 de la tarde. Me imagino perfectamente a Adonis. Debe ser más bien feo y las facciones de su rostro han de ser bastante toscas, pero al menos estoy segura de que debe tener el vientre plano y no es un eyaculador precoz. Digo, es lo menos que le puede pedir si se le va a pagar, máxime si el cliente es alguien a quien tradicionalmente le pagan y me imagino que consideran que una mujer pude darse por bien servida con que el susodicho no tenga una panza de pelota. Pienso que en este momento Adonis debe venir ya en camino y seguramente se imagina que va a encontrar en este cuarto a una gorda descomunal, a una anciana excéntrica, una mojigata insatisfecha o, aún más probable, a un hombre y la verdad es que, perdón por la modestia, se va a llevar una gran sorpresa cuando me vea. Digo, no soy tan estereotípicamente bella como la rubia que anuncia Estética Scorpions pero mis 49 kilos y mis nalgas de patinadora en hielo levantan pasiones y si sus días laborales son parecidos a los míos, no le han de tocar tan seguido estos pequeños azares. Menos va imaginar que soy su colega y que la historia de mi sexualidad es sumamente intrincada y ni yo misma puedo descifrarla, aunque eso sí, páginas no le faltan. Por momentos pienso que en vez de ponerlo a trabajar estaría bien platicarle cómo me ha ido todos estos años, pero sería un desperdicio. Si supiera que también estoy por cumplir 10 años de haber empezado a coger y que este periodo de siete meses ha sido la abstinencia más larga desde que perdí la virginidad.
Hablando en términos cursileros, Marco fue el primer hombre de mi vida. Lástima que estuviera, cómo decirlo, tan pendejo. Marco es mi primo hermano, es un año menor que yo y me gustaba desde que yo era una niñita. Por supuesto que con él jugué al papá y a la mamá, al doctor y a las escondidas de parejas y demás parafernalia de la sexualidad de todo tepescuincle que se de a respetar, aunque en esos juegos estaban siempre incluidos mis otros primos y sus amigos y no recuerdo haber llegado a nada demasiado interesante en aquel entonces. Tuve que estar sola, bajando montada por el barandal de la escalera de la casa de mi abuelita para sentir algo rico por vez primera. Quizá fue ahí cuando me empecé a dar cuenta de que Marco nunca iba a venir con un ramo de rosas robadas del jardín de enfrente y una carta escrita en hoja cuadriculada a decirme que me amaba, así que decidí literalmente meter manos a la obra. Aunque Marco navegaba con bandera de malito y seudorebeldón, yo sabía que nunca nadie, excepto él mismo, le había dado una buena sacudida a su cosita y quien mejor que yo para emprender la tarea. Elegí una tarde en que ambos comíamos en el antecomedor de la casa de la abuela. El llevaba shorts, así que no batallé nada para sin decir agua va, meterle la mano y tantear su pene de 13 años. Todavía me acuerdo de la cara que puso. Por más que quisiera pegarle al rudo, puso en evidencia que yo fui la primera mujer de este mundo en arremeter sobre sus partes nobles con tal determinación. Yo simplemente lo miré con gravedad como para decirle con mis ojos “Sereno chiquito” no va a pasarte nada, pero la verdad es que no se serenó, al contrario, se prendió como un cerillo. No se qué tanto creció su cosita en tamaño pero se endureció muchísimo apenas la toqué y la verdad es que no tuve que usar mucha imaginación ni batallar demasiado para que antes de un minuto mi mano estuviera toda llena de leche. Así que esto es lo que les sale, pensé cuando llena de curiosidad vi mi mano toda embarrada. Ese día quedará marcado para la historia, pues fue la primera vez que hice venirse a un hombre y no imaginaba que sería el primer eslabón de una larga cadena de miles, tal vez decenas de miles de venidas que he provocado a lo largo de mi carrera como profesional. A partir de ese día logré que Marco estuviera detrás de mí todo el tiempo, pero era muy atrabancado y tuve que darle a entender que no era nada más cuando a él se le ocurriera. La segunda vez traté de hacerle ver que yo también podía sentir algo parecido al placer que él experimentaba, así que guié su mano por debajo de mi falda para que descubriera, por si no sabía, que ahí había algo que podía excitarse. El problema fue que cuando se animó a por fin meter su dedo en mí y yo me empecé a excitar, el se puso como loco y se emocionó tanto de oírme gemir, que se vino cuando ni siquiera lo estaba tocando y ahí fue que me enfrenté por primera vez al lastre de egoísmo masculino que me ha perseguido como un fantasma a lo largo de mi vida sexual, pues apenas estuvo satisfecho el señor, dio por hecho que la sesión había terminado y sacó su dedo justo cuando empezaba la mejor parte. Decidí que lo sensato y conducente era poder consumar una real cogida con el primo Marco, así que me puse a trabajar a conciencia en los detalles. Elegí la tarde del domingo, momento en que invariablemente la abuela, mi mamá y la de Marco se iban a misa. Afortunadamente los primos chiquitos estaban muy entretenidos jugando en la calle y yo argumenté que no podía interrumpir por nada del mundo mi tarea. Apenas se fueron llegó Marco a sentarse a mi lado en la sala dispuesto a que metiera mi mano bajo su short, pero yo muy seriamente le conduje hasta el cuarto de la abuela y cerré la puerta sin decirle nada. “Ándale Marquito, que nada más tenemos una hora”, le dije mientras me desnudaba a toda prisa y yo no sé si le asustó verme encuerada, pero el hecho es que mi primo se quedó ahí parado con una carota de pendejo hasta que llegué yo misma a quitarle la ropa. No sé qué fue lo que pasó, pero el hecho es que me sentía como si fuera su mamá quitándole la ropa para ponerle la pajama; el pobre estaba asustadísimo. Cuando logré tenerlo desnudo era como si estuviera viendo a un niñito y su cosita era ahora sí una cositita, ni señales del prendón que había tenido en las veces anteriores. Primero no pude evitar que me diera mucha risa, pero después pensé que si quería que la pérdida de mi virginidad se consumara al final de esa raquítica hora iba a tener que poner mucho de mi parte, así que valiéndome de alguna noción inconsciente de psicología infantil me acerqué a Marquito con caricias y besitos maternales hasta lograr que se clamara. Después recordé a alguien que había oído decir que ningún hombre en ningún caso puede permanecer indiferente si su pene está dentro de la boca de una mujer, así que decidí aventurarme a practicar la primera sesión de sexo oral de mi vida, que mala o buena surtió efectos aunque un poco lentos. Ya nada más nos quedaban 20 minutos cuando a Marquito se le empezó a endurecer y cuando finalmente le hice ver que debía intentar meterla por ahí, se volvió a poner nervioso. Aún así lo intentamos, pero o no le atinaba o estaba muy duro de romper, pero el hecho es que nada más no se podía y el Marco muy descarado me pedía que mejor se la siguiera chupando. Faltaban ya menos de cinco minutos y todas las arremetidas habían fallado, por lo que decidí una última oralidad de emergencia aunque ahora sí el Marquito no aguantó nada y lo peor es que ni siquiera avisó, pues se acabó viniendo en mi boca. Fue el acabose. De plano no pude ocultar mi enojo. Me vestí de volada y salí del cuarto sin decirle una palabra.
Sí bien mi virginidad no se despidió de mí ese día, su fin ya estaba decidido y pasó exactamente una semana antes de que le cantara Las Golondrinas a mi himen, aunque nunca me imaginé que iba a terminar siendo el tío Catarino el encargado de romperlo. La verdad es que no había nada, pero realmente lo que se dice nada en el Tío Catarino que pudiera hacerlo un candidato más o menos atractivo para llevarse mi virginidad catorceañera. Tenía como 55 años y la cara rebanada por la cicatriz de lo que debió ser un tremendo navajazo. Pasaba su existencia encerrado en un cuartito ubicado a un lado de la lavandería de casa de la abuela sentado en su silla de ruedas, porque para acabarlo de hacer más atractivo le faltaba una pierna. La verdad yo nunca hablaba con él y jamás lo veíamos, pues rara vez abandonaba su cuarto, en donde comía lo que la abuela le llevaba cada día. Lo que sabía de él por mi mamá es que en sus muy remotos años mozos había sido un cafre total acostumbrado a llevar a sus límites la peda y el desmadre, hasta que una noche perdió su pierna al estampar el carro contra una barda y la vida se le amargó por completo. Yo me imaginaba que era un ruco odioso, aburrido y amargado, pero ahora que lo veo estaba en todo, pues aunque nunca se lo he preguntado, estoy segura que se dio cuenta de cómo inicie al Marquito en la vida sexual y de mi absoluto fracaso en mi afán de ser desvirginada por su pitito de niño, porque de inmediato se dio a la tarea de enseñarme que aunque son muy pocos, en este mundo existen penes que realmente pueden ser disfrutados. Sucedió la tarde del domingo siguiente cuando salí al patio a fumarme un cigarro que había logrado robar de la bolsa de mi madre. Apenas le estaba dando la primera fumada cuando me di cuenta que el tío estaba en su silla de ruedas observándome fijamente desde la entrada de su cuartito. Lo primero que hice fue tirar el cigarro y hacerme como que iba a descolgar alguna ropa del tendedero pero el tío me paró en seco: “Hola Ipanema, sí no te gustan de esos cigarros déjame te digo que yo tengo unos más ricos que no te van a dar ganas de tirar así nomás”. Al principio me asusté un poco, pero luego pensé que a lo mejor mi tío podía convertirse en cómplice en eso de la fumada y podía darle baje con unos cuantos. Como quiera me acerqué con cierta desconfianza, pues no había hablado con él en años ni siquiera en las Navidades, único día en que hacía un poquito de vida pública para tomarse una copa con la familia. “Pásale”, me dijo y entré a su cuarto todavía medio sacada de onda. Adentro apestaba aunque yo no sabía exactamente a que, pues hasta ese día no había olido nunca el ahora inconfundible aroma de la mota. En la tele había una película porno, que por cierto fue también la primera que vi en mi vida, pues yo no fui chica de antena parabólica. “¿Te interesa la película?” preguntó mi tío al verme realmente abstraída en los jadeos de una chica blanca que era brutalmente sodomizada por negro descomunal. “Mi colección es grandísima” y señaló un mueble en donde había amontonados unos cien videocasets. No puedo hacer muy grande el preludio romántico de mi primera vez porque la verdad no lo hubo. Hay que decirlo, el tío Catarino no se anduvo por las ramas acariciándome el muslo o diciéndome que era muy linda. Él fue al grano, directo, sin palabras poéticas ni promesas. Estaba yo clavada con la película cuando tomó mi mano y la puso sobre su cosa que esa sí en serio, era una cosota, enorme. A lo largo de mi trayectoria como profesional he visto muy pocas que la igualen y eso que por mis manos y boca han pasado miles. Luego me levantó la falda y sin palpar siquiera si estaba yo a la temperatura adecuada me tomó en sus brazos y me montó sobre él que estaba sentado en el borde de la silla y Dios mío, ¿cómo describirlo? ¿Delicioso dolor es lo adecuado?. Mis respetos tío Catarino, tal vez te otorgaría un premio por tus estándares de calidad total. Sí, ya sé, lo ordinario sería pensar pobre niña, quedó traumada porque el chacal de su tío degenerado la violó a sus tiernos 14 años destruyéndole la vida para siempre. ¿Trauma? El que me ha quedado al darme cuenta de que pese a los miles de intentos, batallo horrores para encontrar algo que se parezca a lo que sentía en aquel entonces. Además, alguna vez escuché ¿o leí? A un argentino que decía que la realización más pura del deseo puro, tanto en sentido metafórico como literal, es la violación. No se si puedo aludirme como violada, pero lo cierto es que hoy a la distancia puedo darme cuenta de que la realización más pura del deseo puro ha sido hasta ahora el tío Catarino. Además es el único hombre de mi vida y esto me dan ganas de restregárselo en la cara a Gastón y a todos mis clientes, que nunca me pidió que se lo chupara, literalmente nunca. Las cien o 200 veces que lo hicimos sobre su silla de ruedas durante esos poco más de dos años fueron reales cogidas, hechas y derechas, como Diosito manda y la naturaleza dispone, el pene adentro de la vagina, nada de los pecados onánicos que gustan tanto a los hombres. Al menos Dios no castigaría nunca al Tío Catarino, pues todas sus venidas fueron estrictamente adentro de mí y no exagero si digo que en todas ellas me vine yo también. Así inválido y viejo como estaba, nunca salió con que estoy cansado, o hoy no porque tienes periodo y me da asco. Nada de eso, al contrario, parece que el olor de la regla lo excitaba más. En fin, me acuerdo y no puedo evitar excitarme, aunque se oiga medio blasfemo, creo que si fuera un día de estos a dejarle flores al panteón no podría evitar masturbarme sobre su tumba.
Tendría como 16 años de edad y dos de felices y periódicas cogidas con el tío Catarino cuando conocí a Erick, que era amigo de mi pobre primo Marco, al que por cierto me había cansado de mandar a volar cada que trataba de acercárseme. Debo aceptarlo, Erick era guapísimo. No estaba tan exquisito como el pendejo de Marco, pero tenía una seductora cara de malito y despiadado y a diferencia de mi primo, él en verdad lo era y no nada más lo aparentaba. Erick no era de aquí, pero se pasaba largas vacaciones con Marco y por consiguiente era frecuente verlo en la casa de la abuela, a donde yo acudía de visita más seguido de lo normal, para estar con mi tío. Erick me gustó desde el principio, aunque temía que fuera a salirme tan pendejo como Marco, pero la verdad nada que ver. Con él no tuve que tomar la iniciativa ni convencerlo demasiado para que aceptara cogerme. Si algo tenía Erick era imaginación y calentura suficiente para hacerlo en los lugares más impropios. Ocurrió por primera vez justo en nuestra primera salida. Estábamos tomando cerveza en el asiento de atrás del bochito de mi primo Marco, cuando así de buenas a primeras metió su mano bajo mi falda y empezó a masturbarme con dotes de conocedor. Después lo hicimos ahí mismo. No me gustan las comparaciones, pero su cosita era casi tan grande como la del Tío Catarino y era eso sí calientísimo, aunque le daba por ser muy agresivo. Sin duda soñó con ser héroe de un film porno con dosis sadomasoquistas y pienso que tal vez hoy en día se dedique a eso, si es que no ha muerto. A partir de entonces sus cogidas alternaron casi a diario con las del tío Catarino, solo que él gustaba de los momentos y lugares más inoportunos. Me lo hizo en el jardín, en la cocina, en el comedor, sobre la lavadora, en un closet, en un estacionamiento, en una obra negra e infinidad de veces en el bocho de mi primo. Le gustaba de sobremanera pegarme y agarrarme a nalgadas. Con esos antecedentes, se puede deducir que era también un fanático de la puerta trasera, otro de los vicios masculinos que no he podido entender nunca. A diferencia del Tío Catarino rara vez se vino dentro de mi y le gustaba seguir paso a paso el ritual de toda película porno que se de a respetar, lo que significa. Paso 1- Me hacía chupárselo un buen rato. Paso 2 - Me lo metía, casi invariablemente de perrito. Paso 3- Ya entrada yo en emoción me lo sacaba abruptamente y hay dolor, sin vaselina de por medio entraba por la puerta trasera. Paso 4-Después de que sus arremetidas eran tan fuertes que me arrancaban auténticos gritos de dolor se excitaba al máximo y solo entonces lo sacaba para chorrearme la cara y las tetas con su venida. Confieso que la variedad hardcorera se me hacía divertida, aunque no siempre estaba de humor para aguantarlo. Estoy segura que mi tío Catarino se debe haber dado cuenta, aunque era un hombre tan perfecto, que jamás me demostró celos ni creyó tener derecho alguno sobre mí. La que si nos sorprendió fue mi abuela, que nos encontró en pleno perrito en medio de la sala y poco después mi madre, que nos vio cogiendo parados y para acabarla por la puerta trasera, en la lavandería. Por supuesto que hubo gritos, llantos, cachetadas, puta perdida, vete de mi casa y de más situaciones y adjetivos que conforman la parafernalia en torno a las escenas que debe practicar la familia de toda adolescente sexualmente activa cuando se le sorprende en plena actividad. No me arrojaron a la calle ni me encerraron en un convento pues el manual del perfecto mojigato tan solo ordena pegar de gritos y persignarse ante situaciones como estas, pero para mi mala suerte fue justo por esos días cuando salí embarazada y ahí sí se consumó el tango, pues de acuerdo al criterio de mi casta y honesta familia, mi hijo debía tener un padre y ahí tienes al mío, pistola en mano con el pobre Erick que hasta lo machito se le bajó cuando le dijeron que o iba al altar conmigo o le arrancaban su hiperactiva cosita. En realidad no hubo altar ni escritorio ni nada, pues Erick salió con que sus papeles estaban en su tierra y tenía que ir por ellos, cosa que mi padre imaginó sería una estrategia inmejorable para escapar del compromiso, así que se conformaron con hacer lo que para efectos de una buena familia cuenta. Me vistieron de blanco y a Erick le enfundaron un traje que le quedaba chico, le hablaron al periódico e hicieron una fiesta que sirvió para que mi padre y todos sus hermanos se pusieran hasta la madre y para que se declarara que ante la opinión de las buenas conciencias ya estábamos oficialmente casados y viviendo como marido y mujer, por supuesto en casa de mis padres, pues Erick no tenía trabajo ni lo tuvo nunca mientras vivió a mi lado. Lo único triste fue que me quedé con algo parecido al remordimiento por mi Tío Catarino, que por cierto fue por orden de probabilidades el responsable del bebé, pues como ya he narrado, Erick rara vez se vino dentro de mí. Por alguna razón, ni mi familia ni el propio Erick, por cierto bastante celoso, se sospecharon nunca lo de mi tórrido romance con el tío. De cualquier manera me sentí obligada a darle alguna explicación y la verdad me hubiera gustado mucho que al menos conociera al bebé, pero no le alcanzó el tiempo. No se si fuera el tipo de hombre que cayera en las garras de eso que a la gente le da por llamar enamoramiento, pero lo cierto es que dos semanas después de la fiesta en que oficialmente me junté con Erick, lo encontraron tirado boca abajo en su cuarto, con su cara sobre un charco de vomitada y sangre. Congestión alcohólica y asfixia dictaminaron los médicos, mientras mi padre y mis otros tíos solo procedieron a adjudicarse su herencia intestada de películas porno. Ese día ha sido el último en que he llorado. La verdad es que extraño al tío.
Mi vida de casada con Erick no fue nada del otro mundo, o al menos nada que este echando mucho de menos. Tal vez las amenazas de mi padre lo acobardaron un tanto o fue afectado de cierta apatía marital prematura, pero lo cierto es que hasta lo imaginativo y sadomasoquista se le quitó. Cogíamos poco y bastante normalito, aunque nunca se le quitó su afición por la puerta trasera, pero se cuidaba de no hacerme gritar demasiado, pues temía que mi padre pensara que estaba golpeándome. El bebito nació sin contratiempo alguno y aunque le inventaron parecido con todos, la verdad es que yo no sentí que se diera ni siquiera un aire con el Tío Catarino o con Erick, así que el misterio persistirá mientras viva. Con todo y sus costumbres libertinas, Erick no dejaba de ser un perfecto machito, por lo que ni siquiera se sometió a discusión el nombre que llevaría el bebé. Se llamaría Erick, por supuesto y si para entonces tuvo otros cinco hijos con otras cinco mujeres, les ha de haber puesto así a todos. Por cierto que el orgullo paternal le duró muy poco al buen Erick, pues el pequeñito no cumplía aún los tres meses cuando abusando de la confianza de mi padre que apenas se empezaba a ganar, Erick fue a su tierra so pretexto de arreglar lo de sus papeles para ahora sí casarnos con todas las de la ley y por supuesto, tal como yo me imaginaba, nunca volvió ni supimos nunca más nada de él, pese a los desesperados intentos de mi padre por encontrarlo. Así pues, a mis 17 años pasé a convertirme en una madre abandonada, situación que la verdad me duró muy poco, pues apenas cumplí 18 se apareció Gastón, con la panzota y la calva tan grandes como ahora y sin decir agua va, me pidió matrimonio y para acabarla lo hizo delante de mis padres. ¿Como se dio mi romántico encuentro con Gastón? En la mismísima Oficina del Registro Civil, donde trabajaba y trabaja hasta la fecha, sentado en la misma silla, apoyado en el mismo escritorio de latón y conviviendo con las mismas secretarias gordas. Resulta que por aquel entonces a mi padre se le había metido quitarle a mi bebe el nombre y el apellido de Erick, pues le causaba repulsión el ver en su nieto el recuerdo del mal hombre. Así que ahí estábamos batallando en el Registro con el no se va poder y es que tiene que hablar con el licenciado y que los papeles y la autorización del padre y bueno. El caso es que fuimos a dar al escritorio donde el siempre sub algo Gastón, había pasado la mitad de sus entonces 42 años de vida. Lo único que hizo Gastón fue portarse amable con nosotros y permitirse romper un poco su rutina burocrática al prometernos su ayuda personal, que al final no sirvió de mucho pues además de que no gozaba de demasiada autoridad como para cambiar las actas con solo ordenarlo a los achichincles que nunca ha tenido, a mi padre pronto se le olvidó el afán de cambiar el nombre y apellido de su nieto, que a la fecha se sigue llamando igual. Viudo, con dos hijas y acostumbrado a ver bodrios desfilando frente a él, Gastón sintió despertar conmigo lo poquitito que entonces le quedaba aún de libido y nada se le hizo más fácil que hacerme su esposa y yo simplemente dije para mis adentros ¿ y porque no? Lo más cómico de todo es que Gastón está realmente convencido de que yo debo estarle agradecida a la vida por haber encontrado un hombre como él, pues de acuerdo con su inamovible tabla de valores, considera que ha hecho una gran obra humanitaria al casarse con una madre abandonada y aceptarla con todo y su hijo, prueba eterna de su negro pasado invírgen. Al principio albergue cierta esperanza de que al igual que el tío Catarino, Gastón fuera un hombre maduro con un arsenal oculto de virilidad pero desde la primera vez que lo hicimos, cuando se le bajó la cruda tres días después de la boda, pude darme cuenta de que mi marido era una auténtica nulidad erótica. Desde entonces creo que puedo contar con los dedos las veces que lo hemos hecho, una de las cuales alcanzó para embarazarme y tener el bebé que por supuesto, creo que no necesito decirlo, se llamó Gastón. Por cierto que desde su nacimiento, nuestros encuentros sexuales se volvieron más esporádicos que la nieve en el desierto, pues Gastón consideró que su existencia había cumplido con su cometido al traer al mundo un hijo varón y determinó que ya no tenía objetivo alguno penetrarme. Desde entonces adoptamos una rutina que nunca, bajo ninguna circunstancia hemos roto. Lo mejor de todo es que Gastón no se cuestiona ni siquiera por un breve instante si acaso yo soy feliz. ¿Tendría motivos para no serlo? No se puede ser infeliz cuando se tiene un marido responsable y con un trabajo cuyo sueldo de tres salarios mínimos más bonos de despensa llega casi íntegro a mis manos, cuya casa de dos recamaras y cocineta en el quinto piso del Infonavit Burócratas está casi acabada de pagar después de 20 años de esfuerzos. Un marido que no me golpea y que no es, al menos no descaradamente, infiel. ¿Que más puede pedir una mujer, considera Gastón y más aún una como yo, marcada por el indigno pasado de madre soltera? ¿Vida sexual? ¿Pero para qué? Estoy segura que Gastón ni siquiera sabe que una mujer puede estar satisfecha o insatisfecha sexualmente. ¿Gozar con el sexo? Por favor, eso es propio de las putas y como es bien sabido, el sexo femenino, según Gastón, se divide en abnegadas y putas y el ideal último que deben perseguir las primeras está encarnado por supuesto, en la figura de su madre. En su concepción del mundo, yo estoy considerada como una mujer que gracias a su infinita bondad, ha recuperado la senda de la honesta abnegación y puedo aspirar a parecerme a mi suegra, aunque mis pecadillos de adolescente putería permanecerán ahí como un mudo tatuaje.
Cuando Gastoncito estaba por cumplir año y medio de vida, me vino a visitar mi prima Imelda, por cierto, dato adicional sin ninguna trascendencia para efectos de esta historia, hermana de Marco. A Imelda la había abandonado su marido antes de que su tercer hijo cumpliera los seis meses y no se cansó de repetirme que se las había visto negras para salir adelante, dichosa tu manita que tienes un buen marido aunque ¿no gana mucho Gastón verdad? Me comentó cuando nuestra humilde casa había sido suficientemente viboreada. Cuando se estaba tomando su cuarta cuba, la lengua empezó a liberarse y empezó con que “ay manita, es que tengo un nuevo trabajo que pagan muy bien pero no se lo digas a nadie, tu sabes es que estoy sola y...por cierto, deberías pensar en tener tu entradita de dinero tu también porque con lo de Gastón nada más no alcanza ¿verdad? Y no, no alcanzaba mucho la verdad, aunque fue más por matar el aburrimiento que acepté acompañarla al día siguiente a Estética para Caballeros Scorpio en donde me presentó a Issac, que para pronto “Ay manita, tu estás que ni mandada hacer para trabajar aquí” y mi proceso de inducción y capacitación no fue largo, pues a decir verdad el trabajo ha sido siempre bastante sencillo. La estética para caballeros, en donde por cierto nunca se ha realizado un corte de pelo en su historia, ofrece servicio de masajes, aunque tampoco se ha practicado nunca alguno. Los masajes incluyen varias categorías. La más barata el normalito SM, que no era más que una vil y ordinaria manuelita. El SO es lo que se conoce vulgarmente como una mamada, aunque eso sí, con condón de por medio y el tercero y más sofisticado el SC, una cogida como Dios manda, que malamente es el más caro. “Tu platícales, se cariñosa, enamóralos mi reina, que no se te vaya ni uno sin pedir servicio completo, tu sabes, entre más caro sea el servicio ganas más comisión” me dijo Issac y ahí mismo quedó cerrado mi contrato laboral que se ha mantenido vigente y sin interrupciones durante los últimos cinco años. Cuando quiero resultar digna digo que trabajo en una estética, que es lo que Gastón cree, sin preguntarse siquiera si se cortar el pelo. Si quisiera ser más atrevida diría que trabajo en una sala de masajes y si quisiera pegarle a la dramática diría que laboro en un prostíbulo pero para mis sinceros adentros digo que trabajo en un vil masturbadero colectivo en donde el único arte que se practica, sin ningún chiste ni sofisticación es hacer emerger la leche de los clientes. Así, sencillito, sin dificultad alguna. Digo, hay prostitutas con cierta clase, geishas, cortesanas de harem, pero esto, no me hagan reír, puede hacerlo cualquiera y para mí es un trabajo bastante cómodo y poco estresante. Aunque olvido a los clientes con facilidad, aún recuerdo a la perfección al primer hombre que pagó por mis servicios recién ascendidos al profesionalismo. Hasta recuerdo su nombre. Se llamaba Gerardo, un estudiante pobre al que pagar por mí le debe haber resultado un sacrificio económico considerable. El pobre llegó con sus libros preparatorianos bajo el brazo, con su cara que lo delataba invariablemente como el feo incomprendido de su clase, sacando monedas de su mochila para completar un servicio manual y poder decir para sus adentros que al menos una vez en su vida no había sido él mismo el provocador de su orgasmo. Y yo con toda la emoción, el nerviosismo y las ganas de toda debutante, tratando de parecer en extremo seductora “ándale Gerardito, sabes, tu me gustas, creo que podríamos llegar a algo más, vamos, no vas a arrepentirte”, pero el pobre no traía para más así que empecé a hacer mi trabajo, con plena concentración deseando que el pobrecito Gerardo no se olvidara nunca de mi y regresara pronto a dejar aquí sus ahorros. Es típico que en el primer día de trabajo se adoptan actitudes que nunca más vuelven a tenerse cuando se adquiere cierta experiencia y es que con Gerardo me porté excepcionalmente bien. Puse una porno en la video, lo unté de crema suavemente y después comencé a acariciarlo, con cambios de ritmo, dejando que mi mano danzara sobre su más bien chica y ordinaria cosita. Creo que en mi fuero interno pensaba que Gerardo era una prueba del dueño para ver como trataba yo a los clientes y que cualquier desatención o mal servicio de mi parte le sería reportada de inmediato, lo que derivaría en mi humillante despido. Que risa, aún me acuerdo como le decía, hay Gerardito, que rico estás, ¿no quieres tocarme? Vamos amor”, y el pobre con una cara de culpabilidad, volteando a todos lados para ver si no estaba viéndolo su mamá, hasta que nada más arrojó un tímido ahh cuando le brotó la leche y se retiró de ahí, con la cabeza gacha. Sentí una especie de raro orgullo por haber prestado con relativo éxito mi primer servicio profesional y me prometí a mi misma inculcarme un sistema de mejora continua que me permitiera acceder a estándares de calidad total que marcaran la diferencia entre Estética Scorpio y sus competidoras. Y aunque he tenido miles de ideas para convertir este negocio en una sala con calidad de exportación, con el tiempo he ido perdiendo las ilusiones, pues por más que yo quiera esforzarme, este trabajo jamás abandonará su condición horriblemente ordinaria y conste que ha sido más por causa de la actitud conformista y tacaña de los clientes que por mi culpa. Todas las mañanas me despierto pensando que ese día irá un hombre guapo a la estética que me pedirá un delicioso servicio completo y siempre regreso decepcionada a casa. Tal vez Issac no ha entendido que el servicio completo debe ser la opción más barata , que inclusive deberíamos ofrecer promociones navideñas o del Día del Padre que incluyeran 50% de descuento o dos por uno, pero no me hace caso. Como él piensa con cabeza de mujer y no de hombre, considera que la penetración es la panacea del sexo, aunque la mayoría de los clientes de este establecimiento piensan de manera muy diferente. Realmente los únicos que me piden servicio completo son los quinceañeros que acuden a desquinatrse el día de su cumpleaños y casi todos ellos compiten con mi primo Marco por el premio a la venida más rápida del oeste. Con los señores maduros más o menos pudientes no hay pierde. Todos sin excepción piden su mamada y se van muy complacidos, tanto que algunos me dejan un extra como propina. De esos casi siempre recibo unos tres o cuatro a la semana y algunos se han vuelto clientes frecuentes. Los peores son los estudiantes pobres como Gerardo o los burócratas pertenecientes al rango salarial de mi marido, pues salvo rarísimas excepciones piden el servicio manualito y lo pagan con mucho dolor de su codo. Ni esperanza que uno de esos seres me deje algún día 50 centavos de propina y por desgracia son los clientes más frecuentes, pues siempre tengo unos tres al día. Fuera de eso todo marcha bastante bien, muy tranquilo, digo, ¿que puede haber de malo? El trabajo es fácil de hacer, su ubicación es cómoda y el horario es inmejorable. Entro a la una de la tarde y antes de las ocho de la noche ya estoy en casa de mamá en donde se quedan en encargados los niños cuando salen de la escuela. Para cuando Gastón llega a eso de las 9:00, la cena ya está preparada y los niños con su pijama. Gastón prende la televisión que está en la sala, se come su cena y después se prepara su vaso de Viejo Vergel, para después proceder a sentarse en el gran sillón a donde voy a hacerle compañía una vez que los niños se han ido a dormir. Es entonces cuando cumplo con la parte final de mi jornada diaria, consistente en darle a mi marido una mamada como Dios manda que invariablemente lo hace quedarse bien dormidito apenas se viene. No se porque hago esto si Gastón no se lo merece y tampoco se porque me quejó de que nuestra última cogida se remonte a épocas ancestrales, si soy yo la que todas las noches inició la sesión oral sin que él me lo pida, pero es que en su vida la rutina parece ser algo tan sagrado, que ignoro como pueda interpretar una interrupción deliberada de nuestras sanas costumbres. Además, aunque duele reconocerlo por tratarse de mi marido, sus erecciones rara vez alcanzan niveles de dureza medianamente aceptables, de hecho tiene la capacidad de eyacular con su cosita en estado de flacidez, así que he llegado a pensar que la consumación de un acto de apareamiento hecho y derecho le resultaría una misión por demás complicada y eso sin contar la terrible hueva que le debe dar siquiera el pensarlo. El ritual solo se interrumpe los jueves, día en que Gastón va a jugar dominó con sus compañeros de la oficina por supuesto al Contigo Aprendí en donde noche a noche se concentran sus seniles familiares. Para las 11:30 está de regreso en casa y yo mejor finjo dormir, cosa que el debe interpretar como que estoy celosa o molesta por su salida, así que se acuesta sin decir más y minutos después ya está emitiendo sus terribles ronquidos a los que luego de todos estos años mis oídos se han hecho inmunes. Al día siguiente la sesión de sexo oral gratuito se reanuda sin contratiempos. Así que sin proponerlo ni merecerlo, Gastón tiene derecho a una mamada diaria de labios de una super profesional de la materia. Que suerte tienen algunos y lo peor del caso es que ya se ha mal acostumbrado. Nuestra última cogida fue hace poco más de un año, para ser concretos la Semana Santa pasada, cuando fuimos a Acapulco, aunque la casa de su tía en Lomas Renacimiento diste mucho de ser un lugar que contagie privacidad y exotismo playero. La pequeña vivienda está a varios kilómetros del mar, aunque por su penetrante olor a humedad pareciera que se encuentra ubicada al fondo de un cesto con ropa remojada. Sus tías ancianas y su madre también acuden a esa casa en Semana Santa y apenas hay lugar para estar ahí dentro, sin embargo en aquella ocasión la brisa marina diluida en el olor de basura orgánica y lama, fue capaz de despertar las dormidas fantasías sexuales de mi marido que se animó a cogerme sobre el catre en el que dormíamos compartiendo la habitación con una tía que roncaba casi tan fuerte como su sobrino. Desde entonces nada de nada. Algo me dice que enviudaré sin haber vuelto a ser penetrada por mi esposo. Lo peor es que en el terreno profesional no ha habido muchas diversiones que digamos. Siempre han sido muy pocos los caballeros que se animan a pagar el servicio completo, pero en los últimos tiempos, tal a vez a causa de la crisis económica o de cierto estado de la atmósfera capaz de inhibirles sus hormonas, no ha habido un solo cliente, literalmente uno solo que me pague por cogerme. Y eso ha empezado a traerme traumas psicológicos y hasta hoy, día de mi cumpleaños, sumo exactamente siete meses y 18 días sin ser penetrada. Incluso recuerdo cual fue la última vez que un cliente me pidió servicio completo. Fue un catorceañero muy mono con cara de niñito de anuncio que llegó muy campante a desquinatrse de la mano de su papá. Por supuesto la tenía minúscula y apenas me las había arreglado para ponerle el condón y enseñarle el camino correcto cuando el pobre ya se había venido. Después le tocó el turno a su papi pero el señor por supuesto pagó un aburrido servicio oral que se prolongó más de la cuenta, pues a diferencia de su hijito el ruco nomás no se venía por más que yo me esforzaba. A partir de entonces comenzaron mis siete meses y 18 días de vigilia que hoy espero romper en brazos de Adonis. Durante todo este tiempo no han faltado los clientes, pero a todos ellos les ha faltado inspiración. Mis días se han vuelto terriblemente aburridos, estoy trabajando en automático, sin la más mínima concentración. Mis clientes llegan a serme a tan indiferentes y logro abstraerme a tal grado en mis pensamientos, que muy a menudo se me olvida que estoy haciendo. De repente mientras estoy dando una mamada, me distraigo pensando en que debo comprar los útiles escolares de los niños o decidiendo lo que voy a hacer de cenar esa noche y solo el Ahh del cliente cuando ha arrojado su leche me indica que he terminado. Lo más cómico de todo es que él ni siquiera se da por enterado que mi mente estaba en otro lugar y en otra cosa totalmente distinta a las imágenes calenturientas estarían infestando su cerebro. De hecho este trabajo es el mayor engaño al intercambio erótico, Estética Scorpio es un vil pretexto, una simple plataforma de evocación. Los clientes llegan y se sientan muy seriecitos en la sala de espera. Después, los paso al cuarto con la actitud de una empleada de oficina pública, les pongo una porno y les indico que se desnuden. Cuando empiezo mi trabajo ellos están clavados en la pantalla o sino están con los ojos cerrados. Nunca me ven ni los veo y mientras ellos se abstraen en la película viendo a dos actores que simulan una cogida llena de dramatismo o con la mente en flash back remontándose a sus fantasías de puberto, yo estoy con la mente en la olla de frijoles o en la revista que estaba leyendo a la hora que llegó el cliente. El hecho es que ni el cliente ni yo estamos ahí, el acto es un vil pretexto, en mi caso para ganar dinero, en el suyo para venirse pensando en todo menos en que Ipanema Dávila lo está haciendo venirse. Así de simple, es como si trabajara en una maquiladora haciendo el mismo movimiento mil veces al día para poner un mismo tornillo en una misma pieza cada cinco segundos. Me gusta el término, soy una maquiladora sexual, produzco orgasmos en serie. Los penes son solo objetos de trabajo que llegan a mis manos para ser trabajados, no con el ánimo de una artesana, mucho menos de una artista, sino con la mente de una obrera de fábrica. Hace mucho que el órgano masculino ha perdido todo su sentido erótico para mí. Es un objeto tan aburrido como un tornillo o un botón de camisa. El acto es mecánico, carente de concentración. Manipulo el pene con crema en la mano y si voy a chuparlo lo forro de plástico cuando ya está duro. Después hago el mismo movimiento rítmico cuantas veces sea necesario dependiendo de la precocidad eyaculatoria del cliente y después lo despacho sin siquiera verlo a la cara. Este es mi trabajo, así son todos mis días y por esto gano dinero, por cierto casi el triple que mi marido, pero me he olvidado de lo que significa sentir algo. La gota que derramó el vaso fue cuando hace unas tres semanas vino un cliente de esos que se ven muy poco por este lugar, es decir joven, bien vestido y bastante guapo. Por supuesto pidió servicio oral pero cuando lo vi desnudo perdí toda la compostura profesional y le dije que si quería un servicio completo no iba a costarle nada, pues yo estaba dispuesta a dejárselo gratis, es más le dije, estaba dispuesta a dejarlo ir de Estética Scorpio sin pagar un centavo si optaba por una real y deliciosa cogida. “Si es todito no te preocupes, corre por mi cuenta” le dije muy segura de mi misma y lo que vino a contestar el muy descarado. “Lo que pasa es que yo vengo para que me la mames, si con mi novia tengo sexo casi todos los días pero ella dice que eso de chuparla solo lo hacen las putas, por eso vengo contigo”. Me dieron ganas de cahetearlo, tirarle el dinero a la cara y salir de ahí poniendo mi mejor rostro de dignidad herida, pero agua y ajo, a callar, el cliente siempre tiene la razón y ahí estoy haciendo el trabajo sucio que su noviecita santa no está dispuesta a realizar. Tal parece que ese es mi destino, maquiladora de orgasmos baratos. Ellos no son nada para mí, yo no soy nada para ellos, ni siquiera nos concedemos el derecho de pensar uno en el otro a la hora de consumar la operación. Hay algunas excepciones, es cierto, pero a veces solo consiguen ponerme más triste, como es el caso del señor Don Cosme que acude religiosamente cada que recibe su quincena. Tiene 61 años y se sobreentiende que siempre pide servicio oral. La única diferencia es que este hombre me trata amablemente, con una actitud casi de abuelito y es de los pocos que se ha preocupado por preguntarme como me llamo. “Ipanema, tienes nombre de playa, de una playa que está en Brasil”, repite cada vez que me ve. “Yo siempre soñé con ir a Ipanema, me gusta mucho la canción, sí, esa de la Chica de Ipanema ¿La has oído? Pero ya ves, ahora ni a Acapulco puedo ir”. Esto me lo dice cada vez como si fuera la primera. Después, cuando termino con mi trabajo, se despide de mí y me dice, casi disculpándose, que nos veremos hasta dentro de 15 días, pues todo su salario lo da íntegro a su agria mujer y su visita a Scorpio constituye su pequeña porción de libertad que aún conserva. Sus días deben ser muy tristes, terriblemente monótonos y creo que mi humilde y sencillo trabajo constituye la única satisfacción de su vida. Lo que Don Cosme ignora es que mi vida es tan monótona y asexuada como la suya. La semana pasada, en la cima de la insatisfacción, acabé por confesarle mis desventuras a Don Cosme. Nunca lo hubiera hecho. Se puso tan triste, que terminé siendo yo la que tenía que consolarlo a él. Me dijo que yo era una linda muchacha que merecía tener un marido joven, que me quisiera de verdad y me cumpliera y yo en pleno sollozo, diciéndole que ni a los jóvenes ni a los viejos les gustaba penetrarme y él pobre, todavía me dice que si el pudiera me daría un cogidón de gladiador porno, pero con el dolor de su corazón aceptaba que no estaba condiciones de emprender a su edad y con su terrible cansancio, labores de esa naturaleza. “Sí yo te hubiera conocido con 20 años menos, o mejor, sí me hubieras visto cuando era un chavalo, no te hubiera dejado con las ganas, pero llegaste tarde a mi vida Ipanema, cuando todas mis erecciones han sido ya otorgadas a la leona de mi mujer. Ahora ya solo puedo permitirme venidas de viejo flojo, eso es lo único que me queda, pero eso sí, tu sabes que todas son tuyas y en cada una de ellas estás tu en el centro de mi mente”. Creo que fueron las primeras palabras de consuelo que he escuchado en mi vida adulta. Fue algo tristísimo sobre todo cuando Don Cosme quiso extraer fuerzas de algún arsenal oculto de libido que al final no encontró. Por más que lo intentó no fue capaz de abandonar su perpetua semiflacidez. Al final ambos lloramos y lo peor de todo es que se fue sin que le tan siquiera le practicara su trabajo oral correspondiente a la quincena. Me dijo que no tenía ánimos para hacerme trabajar de esa manera sabiendo como me sentía. Le dije que entonces le devolvería el dinero pero se negó a aceptarlo. Ahora solo espero que vuelva la próxima quincena como si no hubiera pasado nada, aunque temo que no vuelva más y a mi me haría tanto bien verlo.
El episodio con Don Cosme, acaecido hace cuatro días, fue la gota que derramó el vaso siempre lleno de mi abnegación. Fue por eso que tomé la decisión de celebrar de esta forma tan peculiar mi cumpleaños. Si gano dinero, lo menos que puedo hacer esa gastarlo en mí por una vez. Y aquí estoy en este preciso momento en el jacuzzi de mi elegante suite en el Hotel Hacienda Real cuando faltan menos de 10 minutos para que Adonis aparezca. Imagino que en estos momentos debe estar cerca del hotel y por supuesto, ha de irse haciendo cuestionamientos acerca del cliente que lo recibirá en este lujoso sitio. Ha de ser raro esto de la prostitución a domicilio. Digo, en mi caso aguardo y puedo ver a los clientes que van llegando, dar el visto bueno y en última instancia negarme a trabajar si el hombre está hecho un adefesio, aunque esto último he de confesarlo, nunca me he atrevido a hacerlo, no porque no haya recibido hombres feos, que son la inmensa mayoría de mis clientes, sino porque soy asquerosamente profesional con mi trabajo. En fin, esto de la prostitución por encargo debe ser diferente. En este momento Adonis no sabe lo que va a encontrar y yo tampoco se la calidad de mi encargo. Es un absoluto misterio. Es feo, tosco y pretencioso, lo se, es como si lo estuviera viendo, pero lo que importará a fin de cuentas será la calidad de su trabajo. Creo que ahora que yo soy la clienta acabaré por tomar venganza. Lo haré hincarse por el piso, le daré latigazos y le pediré que me chupe sin siquiera voltear a verlo, pero no, eso no, yo no soy rencorosa ni deseo hacer sufrir a mis colegas gremiales. Creo que mis ordenes serán bastante simples: dame un cogidón como Dios manda y ya. El comprenderá. Hoy no se nada ni quiero saberlo. Lo único de lo que debo estar absolutamente seguro es que esta tarde voy a venirme como pocas veces en mi vida. Toda esta sarta de pensamientos me asaltan cuando termino el tercer caribe cooler de la tarde y faltan escasos dos minutos para la hora convenida. Por lo pronto estoy feliz, relajada y el calor del jacuzzi empieza a ponerme tan canchonda que ya debo estar mojada, a punto para darme una buena masturbada y cuando por una fracción de segundo pienso que debo aguantar mi venida para que sea Adonis quien haga el trabajo, me reprocho haber tenido una idea tan horrorosamente masculina. ¿De cuándo acá debo ahorrar mis venidas como un macho? ¿Qué acaso no soy deliciosamente multiorgásmica? Así que manos a la obra. IDS

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