Eterno Retorno

Monday, December 30, 2002

Ahí va otro cuento de la antología complilada por el buen Encarnación Leydelmonte.


EL DÍA DEL CARTERO
POR LLUVIA SALGUERO

Contemplar mundo desde la visagra
(Prólogo de Encranación Leydelmonte)

Fue una típica noche de noviembre en Baborigame. Todo parecía estar en su sitio. El insomnio, las imágenes obsesivas de mi pasado y la taquicardia, habían llegado puntuales a mi cama.
Decidí ser fiel a mi estrategia seguida en las últimas semanas, consistente en no declarar la guerra al insomnio y rendirme apenas lo viera entrar por la ventana.
Una vez firmado el armisticio y resignado a estar despierto hasta el amanecer, opté por ir caminando hasta mi despacho en el Departamento de Letras Muertas de la Universidad.
Había una neblina de esas que pueden cortarse con cuchillo y estaba cayendo un aguanieve como solo los hay en los helados otoños de Baborigame.
Llegué a la Universidad cubierto de escarcha. Acostumbrado ya a mis delirios de insomne, el velador ni siquiera se extrañó de mi presencia.
Avancé a tientas por el pasillo a oscuras hasta dar con mi despacho. Al llegar toqué con los píes un paquete que se encontraba atorado a medias bajo la puerta. Al encender la luz me encontré con un sobre de color amarillo, que sin duda tenía poco de haber sido puesto a la entrada de mi oficina, pues estaba aún helado y cubierto de escarcha.
Pese a ello, mi nombre y direccion, escritos en tinta negra no se habian borrado del todo.
En la parte posterior alcancé tan solo a leer el nombre de Paredón Coahuila como remitente.
Por fortuna, las hojas en el interior estaban humedas pero no empapadas. Eché un rápido vistazo. Calculé que eran cerca de 80 páginas, todas escritas a máquina y sin grapar.
Algunas tenian píes de página escritos sin duda con la misma mano que anoto los datos en el sobre.
En la primera página se leía lo que supuse sería el título del texto: Sueño de una tortuga visagra.
Me bastaron los primeros párrafos para darme cuenta que estaba ante el tipo de narracion que yo jamas escribiria. El Sueño de la tortuga visagra estaba conformado por cinco cuentos que me parecieron de una sencillez involuntaria e inocentona.
Imaginé un autor sin muchas lecturas en su arsenal, para el que lo mas importante era simplemente contar historias, no como contarlas. Aún así, tal vez por lo terco del insomnio o por lo improbable del hallazgo no puede abandonar el texto.
Recuerdo que amanecía cuando acabé de leer el quinto cuento y llegué hasta la última página donde pude leer los datos del autor.
Fue así como supe de la existencia de una escritora llamada Lluvia Salguero, nacida el 29 de julio de 1976 en San Juan de las Azufrosas, en cuyo currículum tan solo constaban sus estudios de primaria en Paredon y su exilio a San Pedro de las Colonias cuando tenía 13 años por razones del trabajo de su madre.
Su mayor conquista fue haber sido segundo lugar del concurso de lectura de escuelas secundarias organizado por el Ayuntamiento de San Pedro.
A partir de su solitario regreso a San Juan de las Azufrosas a los 17 años fue que comenzó a escribir. Su primer cuento lo tituló Aritmetica en petroglifos.
Por ese entonces consiguió editar junto con un par de amigos una especie fanzine de apenas cuatro hojas que tituló la Mordida del Armadillo en cuyo primer número aparecían publicados Aritmetica en petroglifos y Lluvia en Icamole, escrito este último por su amigo Melitón Farías, cuento que segun me confeso Lluvia tiempo después, fue escrito para ella como una estrategia de conquista amorosa.
La Mordida del Armadillo consiguió sobrevir cuatro numeros, hasta que Melitón Farías, cuyo bolsillo financiaba la totalidad del proyecto, quedó en bancarrota total.
Luego de este fracaso, Lluvia decidió emigrar nuevamente. Empezó a ganarse la vida como guía de turistas en el Desierto de Cuatro Cienegas y hasta allá fuí a encontrarla una mañana de febrero, apenas tres meses despues de haber recibido su envío.
Durante los tres días que pasamos recorriendo áridos parajes, practicamente no hablamos de literatura, pero quedé impresionado de su conocimiento de las rutas, caprichos y leyendas del desierto.
Al final de mi estancia me entregó su cuento Cuando los acereros ya no silban, mientras que yo la invité a que nos visitara en la Universidad a principios de abril para que ofreciera una lectura.
Aunque no se lo dije en ese momento, me seducía la idea de pactar un encuentro entre Lluvia e Ipanema Davilia, capricho que hasta el momento no he podido cumplir, en gran parte por la abultada agenda de Ipanema.
El pasado 23 de diciembre, recibi en mi despacho El Día del Cartero, su mas reciente cuento, mismo que decidí incluir para que abriera esta antologia.

EL

Universidad de Baborigame, 3 de enero 2002.

El Dia del Cartero


A Anselmo decidieron retirarlo el Día del Cartero. Ni siquiera se lo preguntaron y eso fue lo que mas le dolió. Que ya no tuvieran al menos amabilidad de plantearlo como una posibilidad, una opción, “que le parece Don Anselmo sería bueno...si este dia...” Nada. Por mas sutilezas que intentaran colgarle se trataba de una orden, una decisión irrevocable en la que su opinión era lo de menos.
Es cierto, habían pasado más de tres años desde que se cumplió el día en que con todas las de la ley podía exigir su jubilación, pero Anselmo no quería pensar en el retiro, al menos no mientras sus piernas le permitieran subir en bicicleta las colinas de Rio Verde y llegar hasta la Desembocadura.
Pero cuando su líder sindical le dió la noticia, supo que sería mejor no hablar de las ganas que tenía de seguir trabajando, al menos para evitarse la pena de de escuchar “lo siento pero eso ya no puede ser”.
El sindicato planeaba un homenaje que a su vez sería una despedida para los 20 carteros con más tiempo en la delegación regional. De ellos, Anselmo era quien mas años de servicio tenía y había algunos que ni siquiera cumplían la edad o o el tiempo laboral mínimo para jubilarse, pero la orden del nuevo delegado federal era liquidarlos.
Las nuevas políticas de la dependencia exigían un recorte presupuestal y no podían darse el lujo de pagar empleados de la tercera edad solo por no lastimarlos sentimentalmente.
Además, la delegación tendría que pagar un dineral para que agentes del Servicio de Inteligencia, venidos del otro lado de la frontera, dieran un curso intensivo a los carteros sobre como detectar la presencia de esporas infecciosas en el interior de los sobres.
Aunque las historias de cartas portadoras de epidemias le parecian al delegado una paranoia fantasiosa, la orden de sus superiores en la Capital era dar prioridad al curso intensivo, para demostrar que estaban en verdad sintonizados con la alerta mundial por bioterrrismo. El curso resultaba simplemente incosteable si no se recortaban otros gastos y eliminar de la nómina a los más viejos pareció ser la mejor solución.
Anselmo imaginó como habría sido la plática entre el delegado y el líder sindical:”Hay que hacerles una fiesta, algo bonito, que se sientan bien, usted sabe, con las personas mayores hay que tener tacto, que no se sientan innecesarios”.
Y tras una conversacion así, pensó Anselmo, decidieron que el jueves 12 de noviembre sería el último dia de su vida como cartero, despues de 47 años de servicio ininterrumpido en la región.
Aquel dia Anselmo despertó más temprano que de costumbre. Antes de las cuatro de la mañana ya bebía su café negro y 20 minutos después enfilaba rumbo al Centro en su bicicleta. Minutos antes de las seis, ya revisaba la correspondencia de la Sindicatura de Río Verde.
Conforme pasaban los años cada vez habia menos sobres marcados con el codigo postal de la zona. Los habitantes de la Desembocadura se habian ido poco a poco marchando hacia la Zona Este de la Ciudad, en la periferia industrial, zona asiganada a los carteros mas jovenes, que marchaban con los costales retacados de correspondencia.
En la Desembocadura apenas habitaban unas cuantas viudas y algunos ancianos que tiempo hacía estaban retirados.
Por rutina, Anselmo echó un vistazo a los sobres que debía repartir. Hacía mucho tiempo que solo eran recibos de teléfono, agua, luz, estados de cuenta o requerimientos fiscales, pero ese día, justamente el último de su vida laboral, había una carta dirigida a Alesia con la inconfundible mala letra de Marco. Había pasado algún tiempo sin que Marco enviara una sola carta. La última, lo recuerda perfectamente, la entregó un 18 de diciembre. Se había acostumbrado a distinguirlas entre una montaña de sobres y a reconocer la mala letra de Marco que con cada nuevo envío parecía empeorar.
Su vida laboral reservaba dos momentos satisfactorios: Uno era el placer de asomarse al acantilado donde el Río Verde desembocaba hacia el mar, cosa que hacia siempre al filo del medio dia, cuando habia entregado toda la correspondencia. Bajaba de su bicicleta y contemplaba el Océano durante unos 20 minutos mientras fumaba su único cigarro del dia. Después emprendía el descenso hacia el centro.
El otro momento que vivía con particular agrado era cuando acudia a casa de Alesia a entregarle correspondencia de Marco. Esto sucedía cada dos o tres semanas y nada había que le causara mas placer que ver la sonrisa de Alesia cuando distinguía en el sobre la torpe caligrafía de su amante.
Esto sucedió durante cinco años, en los que Marco jamás se retrasó en sus envíos. Las cartas para Alesia eran desde hacía mucho tiempo las únicas que contenían algo distinto a un cobro o un requerimiento. Las únicas en las que la letra era el producto del pulso de una mano que imaginaba sudada y temblorosa y no tenían el sello de una institución.
Cuando Anselmo se inició en el oficio de cartero a los 19 años, muchos de los sobres que repartía eran noticias de guerra. Río Verde era en aquel entonces una aldea de pescadores que de un dia para otro se fueron convirtiendo en soldados del país vecino. Anselmo llegaba entonces con el costal atiborrado de noticias del frente que entregaba a las impacientes esposas.
Por aquel entonces entregó cartas de amor, partes de defuncion, avisos de pronto regreso y algunas medallas envueltas en banderas. Cuando la guerra terminó, muchas de las mujeres a las que Anselmo habia entregado cartas se habían convertido en viudas.
Después llegaron los años en que los hijos de los soldados comenzaron a hacerse hombres y a abandonar Río Verde. Pese a que la zona empezó a despoblarse poco a poco, en aquellos tiempos habia todavia muchas cartas personales que entregar. Con el paso de los años, la zona se fue quedando sóla y el paquete de Anselmo solo había recibos para entregar.
Hasta que llego el dia en que le entrego a Alesia el primer sobre con la letra de Marco. Desde que vió su expresión al recibir la primera carta, supo que esa correpospondencia le importaba de sobremanera. Antes de ese día, Anselmo solía entregar regularmente sobres en casa de Alesia, principalmente recibos de servicios que venían a nombre del marido y que ella recibía sin dirigirle algo más que el rutinario buenos dias.
Pero su actitud comenzó a cambiar desde que recibió la primera carta de Marco. Ahora cada vez que veia aparecer a Anselmo, le pedía por favor que urgara hasta el fondo de la bolsa para verificar si había correspondencia para ella. Para cuando ya le había entregado unas 10 cartas de Marco, Alesia lo empezó a convertir en su complice.
Lo primero que se atrevió a pedirle, fue que nunca le entregara una carta de Marco si su marido estaba en casa. Esto se lo haría saber por medio de un saludo en clave para que regresara mas tarde a traerle el envío. Anselmo supo entonces que se había convertido posiblemente en la única persona en el barrio que guardaba su secreto.
Con el tiempo, Alesia le fue confiando poco a poco los detalles de su relación epistolar e inclusive le pedía que llevara al correo las cartas que ella escribía para Marco.
Ya para entonces, cada que le traía una carta, Alesia solía invitar a Anselmo a tomar café y le hablaba un poco de su vida. Marco habia sido amante de una sola noche. Lo había conocido en un viaje que hizo al norte cuando todavía trabajaba como fotógrafa. Nunca habia vuelto a verlo, pero sus cartas habían sido constantes y le confesó, constituían la mayor felicidad de su vida. Todas las guardaba dentro del estuche de una vieja cámara que yacía arrumbado en el tapanco al que su marido jamás entraba. Todas las mañanas e incluso las noches de insomnio, pasaba horas enteras leyendo las cartas del amante. Alguna vez le expresó sus dudas y se permitió pedirle un consejo. ¿Debería escaparse con Marco? ¿Dejarlo todo? ¿Abandonar marido e hijos para ir en busca del amante de unas horas? “Esas cosas no son de las que se piensan dos veces, es más, ni siquiera se piensan, usted sabra cuando hacerlo, digo yo, hay señales, iluminaciones que no pueden equivocarse”, le contestaba Anselmo.
De cualquier manera Alesia jamás se atrevió a dar el paso. La última carta de Marco la entregó Anselmo una semana antes de la Navidad. Despues pasaron los meses y al cartero lo corroía la curiosidad por saber que habría pasado con el romance epistolar.
¿Se habrían enojado? ¿Habría muerto el amante? Aún así, sintió que no tenía derecho a caer en la impertinencia de preguntarle a Alesia lo que había pasado.
Hasta que una mañana en que le llevó el recibo del teléfono, ella misma se lo dijo ¿No extraña traerme las cartas de Marco? Y fue entonces cuando le contó que en el café ubicado a tres cuadras de ahí, habían instalado una computadora y ella tenía ya su dirección personal de correo electrónico. Marco se lo había dicho, era más práctico y mas rapido.
Sí, le dijo Alesia a Anselmo, era mas bonito tener un papel con las letras que su mano había escrito pensando en ella, pero lo cierto es que con el internet era todo tan rápido, que podían escribirse varias cartas en un día. Ahora Alesia pasaba la mañana entera en el café frente al teclado de la computadora y la mayoría de las veces no estaba en casa para cuando llegaba Anselmo a entregar los estados de cuenta y los recibos. Tampoco había tiempo ya para tomar café. En los últimos años Anselmo la vió unas cuantas veces, hasta el 12 de noviembre, último día en que trabajaría como cartero y en el que por algún capricho del destino, tenia una carta para Alesia, escrita con la inconfundible letra de Marco. ¿Se habrian aburrido del correo electrónico?
En lo personal, Anselmo pensaba que el internet habia asesinado la magia de las cartas de amor. Sus compañeros más jóvenes nunca habían entregado una sola en toda su vida. Todos coincidían en que el futuro de los carteros sería entregar recibos y con el tiempo ni siquiera eso. Llegaría el día en que todas las cuentas fueran enviadas por correo electrónico y los carteros se extiguirían y pasarían a formar parte del museo de los empleos obsoletos. Anselmo pensaba aliviado que sin duda no estaría vivo para cuando ocurriera algo así. Habia dedicado 47 años de su vida a repartir cartas y si algún día los carteros fueran recordados como una especie extinta, él sin duda habría muerto. La mejor prueba de que aun faltaba mucho tiempo para eso, es que en su último día de servicio, alguien habia escrito una carta de amor que él se encargaría de poner en manos de la amante.
Enfiló hacia la casa de Alesia y se sintió satisfecho de comprobar una vez mas que luego de 47 años las piernas le seguían respondiendo a la hora de pedalear.
Sin duda alguna la alegría que le causaría la carta a Alesia sería motivo más que suficiente para que lo invitara a tomar café, penso Anselmo, y aprovecharía para platicarle sobre su retiro y confesarle de paso lo triste que se sentía de saber que alguien lo considerara un inútil. Estaba demasiado sano para dedicarse a no hacer nada y esperar la muerte sentado en una mecedora. Tal vez se animaría a pedirle a Alesia que la dejara visitarla de vez en cuando, para saber si el nuevo cartero que cubriría la zona le traía cartas del amante.
Cuando llego a la casa, Anselmo tuvo que tocar varias veces antes de que alguien le respondiera. Alesia acudió a abrirle. Apenas pudo reconocerla. Tenía los ojos rojos y el rostro demacrado. Parecia estar demasiado cansada, aunque se sorprendio demasiado al ver la carta de Marco. Invitó a Anselmo a pasar. Estaba nerviosa y hablaba con dificultad.
La carta le extrañaba demasiado, le dijo Alesia después de unos minutos. Ella y Marco habian roto relaciones hacia tres semanas. Sus últimos mensajes por correo electrónico habían sido una guerra de celos. Hacía algún tiempo que Marco le decía que estaba harto y no soportaba imaginarla durmiendo a lado de su marido. “Le expliqué una y otra vez que en todos estos años jamas dejé de amarlo”, dijo Alesia, pero Marco no estaba dispuesto a esperar un día más. “Me pidió que lo demostrara y dejara todo, pero mis hijos me necesitan, no podría abandonarlos”, le narró a Anselmo entre sollozos.
Entonces, le conto Alesia, Marco envió un correo de ultimátum: “Este es mi último mensaje. A partir de ahora solo nos hablaremos mirandonos a los ojos o no nos hablaremos nunca. El viernes por la tarde te esperaré en el Aeropuerto del Norte. He reservado un boleto para ti. Si no vienes, no volveras a saber nunca de mí”.
Alesia le contó que no pudo conciliar el sueño en las cuatro noches previas a la fecha señalada por Marco. Por momentos estaba decidida a hacerlo, pero la tarde en que debia tomar el avión, su hijo menor ardía en fiebre y entonces comprendió que nunca podría cargar con la culpa de haberlos abandonado. Decidió no ir y Marco cumplió su amenaza. Desde hacía tres semanas solo podía conciliar el sueno atiborrándose de pastillas. Todos los días le había enviado correos electrónicos explicándole la situación, pero ninguno había sido respondido.
Anselmo la consoló diciéndole que en esa carta seguramnete vendría la petición de reconciliación. Él habría sin duda decidido volver a la antigua manera y escribirle un poema de su puño y letra en el que le pediría perdón por el abandono.
Ella parecía tranquilizarse y Anselmo decidio marcharse, pues no queria prolongar mas la deseperacion de Alesia, que seguramente deseaba estar sola para abrir la carta.
Anselmo le prometió que aunque no fuera como cartero, volvería algunas mañanas para conversar un poco. “Vuelva usted cuando guste”, le dijo Alesia antes de encerrarse a leer la carta.
Anselmo acudió ritualmente al acantilado a contemplar la Desembocadura. Mientras fumaba su cigarro, se imaginaba a Alesia leyendo por quinta vez la carta de Marco.
Por primera vez, aceptó ante si mismo que pensaba en ella mucho mas de de lo que había pensado en todas las personas que a lo largo de 47 años habian recibido cartas de sus manos.
¿Se habría enamorado? Mejor ni pensarlo. Se conformaba con ser el encargado de guardar el secreto de su romance epistolar con Marco.
Por la tarde, durante la fiesta de despedida, solo penso en Alesia. Ni siquiera pudo articular frases coherentes cuando el líder sindical le pidió que en su calidad de decano del Servicio Postal, pronunciara unas palabras a nombre del gremio.
Acabó pronto y pidio mas cerveza. Lo demás fueron abrazos rituales y agradecimientos hipócritas. “Hombres como usted engrandecen al Servicio Postal Anselmo”, “Venga usted a visitarnos de vez en cuando, necesitamos de sus consejos”. Regresó a su casa a la media noche adormilado por la cerveza. Al día siguiente se levantó por primera vez en años con la luz del dia y por un momento tuvo ganas de tomar su bicicleta e ir a casa de Alesia, o por lo menos a contemplar la Desembocadura.
Tomó café lentamente. Los minutos de la mañana parecían inmóviles. La jubilación sería como estar en un coma del alma, esperando la llegada de la muerte.
Con la idea de matar en algo el tiempo, fue a la tienda de abarrotes a comprar un poco de leche para el cafe y decidio también comprar el diario, para ver si su lectura podia acelerar en algo el transcurrir de su primera mañana de desocupado.
La primera pagina hablaba de bombardeos intensos, miles de civiles muertos y psicósis mundial por armas quimicas. Ninguna nota le parecio interesante, así que pasó a las páginas locales de seguridad en donde encontró un encabezado en estridentes letras rojas que al principio no comprendió. ARMAS QUÍMICAS EN RÍO VERDE. Despiadado psicÓpata envía carta infectada con esporas de Anthrax. La nota se referia a Alesia Madero, ama de casa de 31 anos de edad, fallecida anoche en el Hospital Civil, luego de ser internada de urgencia trás abrir una carta firmada por Marco Sierra. Las hojas venian rociadas con un extrano polvo que según los primeros informes arrojados por el Servicio Medico Forense, contenia una fuerte cantidad de esporas de la fatal bacteria.
Hasta el momento no se tenian mas detalles, pues los peritos no eran capaces de decifrar el poema escrito en las hojas contaminadas. Ll S